Mientras en los grandes escenarios internacionales Turquía pugna por lograr una imagen de país islámico laico que facilite su ingreso en la Unión Europea, se repiten los asesinatos de miembros de la minoría cristiana con inquietante frecuencia. El caso más reciente es el del presidente de los obispos católicos de Turquía, Mons. Luigi Padovese, perpetrado por su chófer hace tan sólo unos días.
Al de Padovese hay que sumar el de Gregor Kerkeling, un hombre de negocios católico alemán, asesinado el año pasado en plena calle en Estambul, por ser cristiano, a manos de un joven mentalmente desequilibrado. En 2007, los de tres cristianos evangélicos que fueron asesinados en la sede de Zirve, editorial cristiana que distribuía Biblias y literatura cristiana en Turquía. Uno de ellos era de nacionalidad alemana y los otros dos turcos. Sin olvidar, en febrero de 2006, el sonado asesinato del sacerdote católico Andrea Santoro, ejecutado por un menor de edad en plena crisis internacional provocada por las caricaturas de Mahoma.
En el caso Padovese, el Vaticano ha pedido prudencia hasta que se aclaren los verdaderos motivos del asesinato, pero ya casi se ha descartado la primera versión de la policía turca que achacaba el suceso a los desórdenes psíquicos de su chófer. Quizá por miedo a que trascienda que el Estado turco era el responsable de designar al conductor de Padovese y que conocía desde hacía algún tiempo su acercamiento a posturas religiosas propias de grupos de ultraderecha o fundamentalistas islámicos.
A la espera del reconocimiento jurídico civil de la Iglesia
Este último asesinato, sumado a los anteriores, pone de relieve el grado máximo de la hostilidad social a la que está sometida diariamente la minoría cristiana en Turquía. Una hostilidad que comienza mucho antes en aspectos cotidianos que obstaculizan el desarrollo y crecimiento de la comunidad cristiana.
“En Turquía se confunde libertad religiosa con libertad de culto. Podemos acudir al templo sin problema, pero la libertad religiosa es más que eso. La Iglesia Católica no tiene entidad jurídica legal, la Constitución laica no lo permite, es por la laicidad no por el Islam por lo que la Iglesia tiene problemas en Turquía”, declarada en 2003 Monseñor Louis Pelâtre, entonces Nuncio Apostólico en Turquía. “Por supuesto, se trata de una laicidad selectiva porque los imanes o los muftís son funcionarios del Estado y como tales los elige la Dirección de Asuntos Religiosos”.
Pelâtre recordaba que Atatürk, fundador de la República Turca, copió el modelo de laicidad francesa en la que inicialmente también hubo dificultades para reconocer la existencia jurídica de la Iglesia, pero al final se superaron mediante la creación de las Asociaciones Diocesanas.
“En Turquía no existe esta forma jurídica y eso hace imposible que la Iglesia pueda tener sus propios edificios para el culto o para cualquier otra iniciativa. No se pueden llevar a cabo operaciones de restauración y está prohibido abrir seminarios. Las vocaciones religiosas que nacen aquí tienen que desarrollarse fuera. No podemos abrir escuelas ni fundar agrupaciones juveniles porque son vistas como una forma de proselitismo que podría poner en peligro el orden público”, afirma Mons. Ruggero Franceschini, arzobispo de Izmir.
A principios de este año, en su discurso al nuevo embajador turco ante la Santa Sede, Benedicto XVI expuso que “la Iglesia católica en Turquía está esperando el reconocimiento jurídico civil que la ayudaría a disfrutar de una plena libertad religiosa y a realizar una todavía mayor contribución a la sociedad”.
El Papa explicó que “los católicos en Turquía aprecian la libertad de culto que está garantizada por la Constitución, y les complace poder contribuir al bienestar de sus conciudadanos, especialmente a través de la participación en actividades caritativas y en la asistencia sanitaria. Para que esos dignos esfuerzos puedan florecer, estoy seguro de que el Gobierno continuará haciendo lo que pueda para ver que ellos reciben cualquier apoyo que pueden necesitar”.