En los tiempos que corren es raro encontrar un país donde la prensa “laica” azuce a los obispos para que critiquen la acción del gobierno y a los votantes católicos para que nieguen su voto al primer ministro por su ruptura matrimonial y sus devaneos sentimentales. Pero Silvio Berlusconi concita más pasiones que un culebrón de sus cadenas de televisión, y hasta es capaz de trastocar las divisiones más tradicionales.
Berlusconi siempre ha sido la bestia negra de la prensa extranjera (desde The Economist a El País), que no acaba de explicarse cómo goza de tanta popularidad en Italia a pesar del pertinaz fusilamiento mediático extranjero combinado con el mal efecto causado por las salidas de tono del premier. Antes de las elecciones europeas y en pleno griterío sobre Noemi y las veline, los sondeos de los diversos periódicos dicen que dos de cada tres italianos mantienen su confianza en Berlusconi.
Tan desesperante es el caso que periódicos que tradicionalmente denuncian como “injerencia inadmisible” cualquier pronunciamiento de la Iglesia sobre cuestiones públicas, incitan a los obispos italianos a sacar su artillería contra el gobierno. Si los obispos objetan la mano dura en la inmigración o la orientación de la política económica, tienen el titular y el aplauso garantizado por parte de los mismos medios que, antes o a la vez, critican la intromisión clerical en la política italiana. Cualquier artículo crítico de Avvenire, diario propiedad de la Conferencia Episcopal, es elevado a pronunciamiento infalible que debería hacer reflexionar al electorado católico.
Es más, estos medios, especialmente los extranjeros, están decepcionados por el hecho de que los obispos no hayan querido pronunciarse sobre el llamado caso Noemi, y su portavoz se haya limitado a decir “allá cada uno con su propia conciencia”. Esta apelación a la conciencia, tan invocada en otros casos, parece ahora demasiado tibia y hay quien desearía condenas tajantes aunque se trate de asuntos de la vida privada.
Es verdad que en un editorial de Avvenire, que comentaba la crisis matrimonial de Berlusconi, se decía: “La política y el espectáculo, en un abrazo mortífero, han dado esta vez lo peor de sí mismos”. Cierto. Pero lo que la prensa, al menos la extranjera, espera es el abrazo mortífero electoral, y esto no es seguro. “Ni siquiera los votantes católicos dan la espalda a Berlusconi, y eso que muchos pensaban que se rasgarían las vestiduras ante los comentarios de la todavía esposa del primer ministro” sobre sus atenciones a mujeres jóvenes, dice una corresponsal. De repente, hay llamadas implícitas a la coherencia del electorado católico, a que no revalide con su voto a un político cuya vida privada matrimonial deja que desear. Esta vez los votantes católicos no impondrían sus convicciones, sino que confirmarían las que todo hombre decente debe mantener.
Porque, además, está en peligro la salud moral de la juventud, con esas invitaciones a chicas jóvenes a fiestas en la finca de Berlusconi en Cerdeña en un ambiente de lujo y frivolidad. Los mismos periódicos que, en España, aplauden la decisión del gobierno de barra libre para la píldora postcoital a menores y aborto de las chicas de 16 y 17 años sin necesidad de conocimiento paterno, se preguntan escandalizados qué hacen esas chicas jóvenes acudiendo a esas fiestas. Son edades en las que se es madura para abortar, pero por lo visto no para decidir a qué fiestas acudir.
Habrá que ver si la frivolidad de muchas manifestaciones de Berlusconi acaba privándole de esa popularidad que los ataques mediáticos no han horadado. Pero su caso parece demostrar que, en el fondo, hasta la prensa más laica espera que los católicos no se olviden de que lo son a la hora de intervenir en política.