Mientras el Reino Unido intenta recuperarse del shock que ha supuesto el último ataque terrorista en las calles de Londres, algunos se preguntan qué más puede hacerse que no se haya hecho ya con el propósito de detener un fenómeno capaz de asumir muy variadas formas para, al final, clavar siempre su aguijón. La primera ministra Theresa May no ha dudado incluso en plantear modificaciones legales drásticas para atar más en corto a los propaladores del terror: “Si nuestras leyes de derechos humanos nos lo impiden, cambiaremos las leyes para poder hacerlo”, ha asegurado.
José María Gil Garre, codirector del International Security Observatory (ISO), think tank dedicado al análisis del contexto internacional desde las perspectivas de seguridad y defensa, conversa con Aceprensa sobre el tema y señala que parte de la responsabilidad por el auge del yihadismo en suelo británico habría que buscarla en Downing Street No. 10:
– ¿Por qué cree Ud. que se han vuelto tan frecuentes los atentados en el Reino Unido, en comparación con otros países europeos?
– Gran Bretaña vive un momento de inestabilidad política importante, no solo por el Brexit, sino por las elecciones, y el terrorismo yihadista quiere hacerse presente para alterar la vida normal del país. Además, el Reino Unido se ha destacado por ser uno de los miembros de la coalición internacional que está golpeando al Daesh en las estructuras pseudomilitares que este tiene en Siria, Iraq y otros países. Por eso está señalado como objetivo desde hace mucho tiempo.
Si no somos capaces de abortar esa ideología y sus capacidades de aceptación y expansión, ellos tendrán mucho que ganar y nosotros mucho que perder
Por otra parte, es verdad que en dos meses se han producido tres ataques, pero ese incremento se produce a la vez que lo ha hecho en suelo europeo. Pensemos que entre 2004, año de los atentados de Madrid, y enero de 2015 se produjeron seis atentados terroristas en Europa: una media de un ataque cada dos años. Sin embargo, desde el 1 de enero de 2015, esa estadística ha saltado por los aires y se ha producido un atentado cada mes y medio, además del incremento del número de víctimas. Solo en los sucesos de la sala Bataclán y el Estadio Nacional (en noviembre de 2015 en París) murieron 130 personas. Estamos hablando de atentados de metodología y complejidad mínimas, pero que están teniendo un altísimo impacto, como se ha visto con lo ocurrido en estos días.
– Se habla de un terrorismo low cost, en el que el asesino no le hace falta tener una ametralladora ni adosarse explosivos al cuerpo. Con un coche le basta…
– Tampoco tener una ametralladora es caro. Pensemos que en Bélgica, uno de los sitios donde pivota el tráfico de armas en el mundo, conseguir un arma de fuego no es excesivamente complejo ni caro.
Ahora, este último ataque de Londres es un atentado low cost no solo por el coste económico, que es ínfimo, sino por el bajo coste organizativo. Unos individuos cogieron una furgoneta y atropellaron a la gente, y después se pusieron, a 600 metros del lugar, a acuchillar a las personas. Eso no tiene coste económico ni organizativo, ni implica una integración compleja en una célula. Cuando hablamos de low cost no nos referimos a lo económico, sino a un terrorismo que se expresa desde la simplicidad y que, sin embargo, obtiene grandes réditos.
– ¿Qué ha pesado más: los fallos de las fuerzas de seguridad o la imposibilidad objetiva de atajar a todos los terroristas?
– Creo que la seguridad en Inglaterra ha tenido algunos fallos, pero hemos de saber que es imposible que las fuerzas de seguridad de ningún país, ni siquiera de aquellas dictaduras más férreas, son capaces de controlar todo el espectro criminal del terrorismo yihadista. Es verdad que se manejan unas cifras de las que yo dudo, como que hay 26.000 potenciales yihadistas en territorio británico, pero sí me inclino a apoyar la tesis de que unos 3.000 requerirían alguna vigilancia.
Pensemos que el seguimiento completo de un individuo, durante 24 horas –no solo de vigilancia física, sino de su teléfono, de su presencia en las redes sociales, etc.–, conllevaría el empleo de no menos de 10 o 15 policías. Si hay 3.000, tendríamos 30.000 policías dedicados solo a eso, y es imposible. No hay ningún país que pueda hacerlo. Por tanto, más que un fallo, es que la realidad se expresa con tal complejidad que los Estados no tienen la capacidad para controlar estrictamente a cada uno de los individuos que pueden ser sospechosos de tener una conducta radical.
– En lo preventivo, ¿qué más se puede hacer?
– Por supuesto que hay que seguir actuando. Theresa May decía días atrás que había que darle más poder a la policía. Pero eso es un absurdo: la policía, en cualquier democracia, tiene el poder que le otorga la Constitución, ni más ni menos. Es suyo el uso legítimo y exclusivo de la violencia en un Estado, y dispone de armas. Ya tiene mucho poder.
Ahora, lo que sí debe tener es capacidad. Hay que dotarla de mayores capacidades operativas y debe disponer de un derecho que le permita realizar infiltraciones más potentes para ejecutar acciones de inteligencia capaces de desmantelar a estas células de mínima integración.
No obstante, el trabajo más importante que hay que hacer en esta guerra contra el terrorismo yihadista, contra esta ideología –que no religión–, es una labor de ideas que funcionen, que hasta ahora no las estamos viendo. Este fenómeno criminal nació hace algo más de 30 años, en la guerra afgano-soviética, y no ha dejado de crecer, por tanto, algo no hemos hecho muy bien.
Contra el fanatismo, sociedades sin ámbitos de exclusión
– Ud. habla de ideología, no de religión. Sin embargo, una persona que sabe que su acción va a causar indefectiblemente su propia muerte, quizás tiene un sentido de ganar la trascendencia mediante la violencia. Estos individuos creen que habrá una recompensa tras su acción criminal…
– Claro, pero cualquier conducta criminal de un sujeto que pretenda la trascendencia sería un acto religioso, y no es así. Lo que digo es que no podemos confundir la ideología con un hecho religioso, con un credo que practican 1.600 millones de personas en el mundo. Confundirlos sería incurrir en la conducta precisamente más deseada por los propios yihadistas, que pretenden ser reconocidos como los practicantes del único islam, y eso no es así.
Se debe dotar a la policía de mayores capacidades operativas y permitirle que efectúen infiltraciones más potentes para desmantelar a las células de mínima integración
– Es su propia confusión la que identifica el islam con sus prácticas asesinas…
– En realidad ellos no incurren en confusión. Ellos pretenden crear una religión y para ello secuestran la fe del conjunto de los musulmanes. De hecho, el 95% de sus víctimas son musulmanas.
– Volvamos a la primera ministra Theresa May, que tras los ataques del 3 de junio, dijo: “Enough is enough!”, “¡es suficiente!”. ¿Qué límites tendría una democracia como la británica para, sin salirse del Estado de derecho, estrechar el cerco al terrorismo?
– Pues mire Ud.: para no superar los márgenes del derecho, se trata de crear el derecho adecuado, que permitan actuar a la policía y a las fuerzas de seguridad en general. Pero la primera ministra debería entonar el mea culpa. Como ministra del Interior que fue, ejecutó los mayores recortes en materia de seguridad en el Reino Unido, por tanto, que ahora diga asustada que se necesita aumentar los recursos policiales, invita a decirle: “Usted fue quien redujo a la mitad el número de policías armados”.
– Por último, ¿qué perspectivas le ve usted al fenómeno en Europa, dada la asiduidad con que se repiten últimamente los ataques?
– Creo que si no somos capaces de lanzar una verdadera guerra contraideológica, de abortar esa ideología y sus capacidades de aceptación y expansión, ellos tendrán mucho que ganar y nosotros mucho que perder. El énfasis en esta guerra no se puede poner solo en la dimensión bélica y policial. En estas, todos los esfuerzos que se tengan que poner. Bien. Pero si nos olvidamos del mundo de las ideas, de la educación, de lo social…; si la sociedad no se pone en juego como una herramienta más contra el terrorismo, si no generamos sociedades cohesionadas, sin ámbitos de exclusión, entonces esta ideología ganará las siguientes batallas.