La Madre Teresa de Calcuta sufrió durante décadas y hasta su muerte una honda aridez espiritual que puso a prueba su fe. Así lo manifiesta una colección de cartas recogidas en el libro Mother Teresa: Come Be My Light (ver Aceprensa 91/07). El libro ha sido preparado por el P. Brian Kolodiejchuk, postulador de su causa de canonización, quien ha estado en Madrid con ocasión de un encuentro en la Universidad CEU San Pablo.
— La Madre Teresa de Calcuta fue una de las mujeres más populares del siglo XX. Sin embargo, es posible que el gran público sólo la conozca muy superficialmente. ¿Qué aspectos de su relación con Dios cree usted que son más desconocidos?
— Gracias a las cartas que guardaron sus confesores y directores espirituales conocemos mejor tres aspectos importantes de su vida interior. En primer lugar, las cartas nos muestran la madurez espiritual de la Madre Teresa antes de la fundación de la orden de las Misioneras de la Caridad. En 1942, cuando sólo tenía 27 años, hizo un voto privado de no negar nunca nada a Jesús.
También conocemos por las cartas que la Madre Teresa tuvo locuciones divinas. En el libro hay dos cartas dirigidas al arzobispo de Calcuta, donde aparecen recogidos los diálogos entre Jesús y Teresa. Una de las cosas más significativas que le dijo Jesús a Teresa es que ella iba a llevar el sufrimiento en su corazón.
Otro aspecto que nos muestran las cartas es el amor de la Madre Teresa hacia Cristo crucificado. La Madre Teresa fue una mujer apasionadamente enamorada de Jesús. Esta es la clave para entender su “noche oscura”.
— La Madre Teresa deja en herencia el ejemplo de una vida entregada por completo a Jesucristo en los pobres, eje de lo que ella denominó “la revolución del amor”. Pero ¿no cree que el ejemplo de su heroica tarea corre el riesgo de hacer de ella una figura más admirada que imitada?
— Yo creo que la Madre Teresa sí es imitable. Es cierto que no todas las personas tienen vocación para dejarlo todo y servir a los más pobres. Pero, según las enseñanzas de la beata, esto no es lo importante. Ella misma nunca hizo cosas extraordinarias. En sus conversaciones con la gente, solía recordar que no hacía falta ir a Calcuta para dar amor: el amor empieza en la propia casa, a través de las cosas pequeñas que uno puede hacer por los demás. En este sentido, hablaba con frecuencia del “apostolado de la sonrisa”.
— La crisis espiritual de la Madre Teresa comenzó en los años 50, poco tiempo después de la fundación de la orden de las Misioneras de la Caridad, y se prolongó hasta su muerte. ¿En qué consistió esa larga fase de oscuridad interior?
— En torno a los años 1946 y 1947, la Madre Teresa había alcanzado la unión mística con Jesús a través de la contemplación. “Jesús se me dio”, dice en una de sus cartas. En efecto, hacia los primeros meses de 1947 experimentó “una profunda y violenta unión con Dios”. Qué quiere decir “violenta” en este contexto no lo sabemos con exactitud, pero parece que debió de ser una unión muy intensa.
A partir de este momento se suceden distintos ritmos en su oración. A veces atraviesa momentos de alegría y de consolación por la presencia de Jesús; otras veces llegan periodos de aridez; y también de anhelar más unión con Dios. Su “noche oscura” consistió en sentir que Dios la rechazaba o que no la amaba lo suficiente. Eso, para una persona que está enamorada, que quiere dar todo su ser a Dios, es muy doloroso.
— Los periodos de oscuridad interior no son una novedad en la vida de algunos santos. ¿Qué es lo peculiar en la manera en que la Madre Teresa vivió la “noche oscura”?
— En el caso de la Madre Teresa, esa oscuridad y vacilación representaban la base espiritual del trabajo que Dios le había confiado. El P. Neuner, al que se confiaba, la ayudó a comprender que la prueba por la que atravesaba no se podía desligar de su vocación de servicio a los más pobres de entre los pobres. Ella solía repetir que la pobreza más grande en el mundo de hoy es la de sentir la soledad de no ser amado. Y esto es exactamente lo que le ocurrió a ella. De esta manera, se identificó con los pobres a los que ella servía.
Además, comprendió mejor el valor redentor del sufrimiento. Estaba tan unida con Jesús, que Él pudo compartir con ella el dolor y la oscuridad que Él mismo había experimentado en Getsemaní y en la Cruz.