La misericordia como mínimo ético de la moral cristiana

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Andrés Ollero Tassara, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos, y magistrado del Tribunal Constitucional de España, publica en la revista Acta Universitatis Lucian Blaga, de Sibiu (Rumanía), un artículo titulado Justicia y misericordia. Mínimos éticos: jurídico y moral (primer semestre de 2017, págs. 15-26). Ofrecemos un resumen de la segunda parte –que incluye amplias referencias a las enseñanzas del Papa Francisco–, con algunas adaptaciones y sumarios incorporados por la redacción de Aceprensa.

En la primera parte del ensayo, Ollero sintetiza sus tesis sobre el derecho como mínimo ético, expuestas en diversas publicaciones (1). Reitera la necesidad de superar malentendidos, como, por ejemplo, que «el no matar, no robar o no mentir son exigencias jurídicas elementales, que no dejaron de ser ante todo tales por el hecho de verse incluidas en el decálogo. La revelación del Sinaí aspiraba precisamente a protegernos ante una posible degeneración del mínimo ético en ética mínima».

Si algo caracteriza a las referencias del Papa Francisco al problema son sus frecuentes alusiones a la ternura como elemento central

En la segunda parte, tras haber descrito el indispensable papel cumplido por el derecho como mínimo ético, comienza refiriéndose al «peligro de un posible traslado de la mentalidad jurídica al ámbito –obligadamente maximalista– del logro de los objetivos perseguidos por la moral; sobre todo en un ámbito tan peculiar como el del derecho matrimonial canónico. Podría surgir así la figura del riguroso y autosatisfecho cumplidor de la ley y el orden, convertido en agudo juez de toda conducta ajena».

Custodios, no dueños

En cambio, «la exégesis del Papa Francisco sobre la parábola del hijo pródigo (…) apunta el foco hacia el hermano cumplidor, totalmente incapacitado para entender la actitud de su padre. Resalta con ello un elemento nada jurídico: la apuesta divina por la misericordia en el trato con los hombres; escandalosa en un tiempo marcado por el individualismo que dificulta todo intento de comportarse como custodios y nunca como dueños.

»Se nos anima así a descubrir que, igual que la justicia es un mínimo ético indispensable, también en el cristiano toda maximalista búsqueda de la perfección moral ha de partir –como mínimo ético– de la convicción de que “la misericordia es un elemento indispensable en las relaciones entre los hombres”. (…) La misericordia aparece como “el primer atributo de Dios. Es el nombre de Dios”», en expresión gráfica del Papa Francisco, que aclaraba en su momento: «Esto no significa tener la manga ancha, en el sentido de abrir las puertas de las cárceles a quien se ha manchado con delitos graves. Significa que debemos ayudar a que los que han caído no se queden en el suelo» (El nombre de Dios es Misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli, pp. 88, 96 y 90).

La misericordia no excluye la justicia ni la verdad

A juicio de Ollero, «este papel primario e indispensable de la misericordia no plantea conflicto alguno respecto a lo expuesto sobre la justicia». Se apoya en el Papa Francisco, para quien misericordia y justicia «no son dos momentos contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor. La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil» (bula Misericordiae vultus, 20).

«La falta de sensibilidad respecto a esa prioridad –continúa Ollero– podría llevar a poner “tantas condiciones a la misericordia que la vaciarían de sentido concreto y de significación real”», como advierte el Papa, que, además, precisa: la misericordia «es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios». Por eso considera «inadecuada cualquier concepción teológica que en último término ponga en duda la omnipotencia de Dios y, en especial, su misericordia» (Amoris laetitia [AL], 311; la exhortación cita en nota 365 a la Comisión Teológica Internacional, La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo, de 19 de abril de 2007).

«La misericordia habrá de convertirse, pues, en punto de referencia de toda tarea pastoral, incluida la relativa al matrimonio», señala Ollero. Debe ser ante todo una «pastoral del vínculo»; porque «quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día» (AL, 211 y 319).

Las polémicas sobre los divorciados vueltos a casar

Prosigue Ollero: «No han faltado debates sobre el espinoso problema de los divorciados vueltos a casar y su posible recepción de la comunión eucarística. El Papa da por hecho que “no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónico, aplicable a todos los casos”. Invita “a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”; puesto que “el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas”. Se trata de “acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo”. Se muestra consciente del riesgo que esta difusión de la responsabilidad encierra y comprende “a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna”. No obstante, apoya su apuesta en la visión de la Iglesia como “una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (Francisco, AL, 300 y 308, con cita de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, 44).

Al igual que en la jurisprudencia constitucional se huye de un formalismo que impida una tutela judicial efectiva, el Papa parece temer que un formalismo farisaico pueda hacer inviable una tutela moral efectiva

»Al igual que en la jurisprudencia constitucional se huye de un formalismo enervante que impida una tutela judicial efectiva –comenta Ollero–, el Papa parece temer que un formalismo farisaico pueda hacer inviable una tutela moral efectiva. Descarta pues que se pretenda “desarrollar una fría moral de escritorio”, sino que invita a situarse “en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar” (AL, 312)».

Signo de los tiempos

A pie de página, Ollero anota: «Benedicto XVI, en una entrevista difundida por la revista Huellas (mayo 2016, pp. 40-43), considera “un signo de los tiempos que la idea de la misericordia de Dios sea cada vez más central y dominante”; recuerda su impulso por el Papa Juan Pablo II, antes de afirmar: “Solo donde hay misericordia acaba la crueldad, acaban el mal y la violencia”, y añade: “El Papa Francisco se encuentra completamente en sintonía con esta línea”».

«En el marco más distendido de una conversación –escribe Ollero–, [Francisco] descenderá a detalles. Cuando afirmó que “la medicina existe, la cura existe, siempre y cuando demos un pequeño paso hacia Dios”; su interlocutor apunta: “Tras releer el texto, me llamó y me pidió que añadiera: O cuando tengamos al menos el deseo de darlo”. A fin de cuentas, “la Iglesia no está en el mundo para condenar, sino para permitir el encuentro con ese amor visceral que es la misericordia de Dios”. El problema surgiría –situándose ahora en la parábola del buen pastor– como consecuencia de la tensión entre “dos lógicas de pensamiento y de fe” (Francisco, El nombre de Dios es Misericordia, pp. 19, 66 y 78).

»La cuestión, generadora de no pocas responsabilidades personales, consistirá en cómo conjugar el rechazo del pecado –multiplicado por la ya señalada dimensión social de todo lo relativo a la institución matrimonial– y la misericordia con el afectado por las secuelas de un fracaso personal. Ciertamente, “Dios enseña a distinguir entre el pecado y el pecador: con el pecado no es necesario hacer compromisos, en cambio los pecadores –o sea todos nosotros– somos como los enfermos que necesitan ser curados, y para curarlos es necesario que el médico se les acerque, los visite, los toque. Y naturalmente el enfermo, para ser curado tiene que reconocer que necesita un médico” (Francisco, Catequesis, 20-04-2016)».

La misericordia no disminuye las exigencias del Evangelio

«El discernimiento encomendado a los pastores no deja de revestir complejidad. Arrancando de una cita de san Juan Pablo II, Francisco aborda la polémica cuestión de la gradualidad. No se trata de “una ‘gradualidad de la ley’, sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley” (AL, 295).

»Partiendo de un dictamen [de la Comisión Teológica Internacional] sobre la ley natural, apuntará que “a causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado ‑que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno‑ se pueda vivir en gracia de Dios” (AL, 305), o lo que es lo mismo: “un juicio negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la culpabilidad de la persona involucrada” (AL, 302, con cita de una Declaración del Pontificio Consejo sobre los textos legislativos).

La misericordia habrá de convertirse en punto de referencia de toda tarea pastoral, incluida la relativa al matrimonio

»A la vez no deja de afirmar con nitidez criterios que no cabrá marginar. “Nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio”; el “discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia”, por lo que es preciso “evitar el grave riesgo de mensajes equivocados, como la idea de que algún sacerdote puede conceder rápidamente excepciones” (AL, 301, 300 y 305)».

Por eso, dice Francisco, «la tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes. Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano». En consecuencia, «si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar» (AL, 307 y 297).

No existen soluciones sencillas

«En resumen –comenta Ollero–, al Papa Francisco le preocupa que, por falta de un deliberado esfuerzo integrador, se produzca en la práctica una excomunión moral de fieles que se encuentran en situaciones dolorosas, proyectando sobre ellos –al margen del derecho– una no tipificada condena». Como señala el Pontífice: «Para la comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad» (AL, 243).

«Las situaciones concretas –indica Ollero– pueden provocar inevitablemente una cierta tensión prudencial entre la comprensión de sus circunstancias (referencias concretas a algunas de esas circunstancias en AL, 298, con un expresivo colofón: “no existen recetas sencillas”), y la indiscutida continuidad de la doctrina de la Iglesia».

La misericordia, mínimo ético y piedra de contraste

«Dentro de la querencia maximalista que todo empeño de satisfacer exigencias morales acordes con la dignidad humana lleva consigo, la misericordia cumpliría pues el papel de mínimo ético sine qua non y piedra de contraste de cualquier otra aspiración. Especialmente es ello claro para el cristiano, instruido desde su iniciación en recabar el perdón de sus ofensas, proponiendo con audacia como medida el mismo perdón que personalmente practica respecto a las del prójimo. “La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual El revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor ‘visceral’. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (Misericordiae vultus, 6).

»En efecto, si algo caracteriza a las referencias del Papa Francisco al problema son sus frecuentes alusiones a la ternura como elemento central. “Hoy la revolución es la de la ternura porque de aquí deriva la justicia y todo el resto”, afirma (revista Credere, 3-12-2015)».

La hermenéutica ineliminable

Continúa Ollero: «Las exigencias jurídicas, no degradadas a mera voluntad del poderoso, constituyen el mínimo ético sin el cual no cabría una convivencia realmente humana; la historia de la inacabada lucha en favor de los derechos humanos así lo pone de relieve.

»Solo una poco afortunada teoría jurídica llevaría a la conclusión de que el derecho es un conjunto de normas formalmente positivadas, ignorando la ineliminable dimensión hermenéutica que lleva consigo la captación de su sentido. Lo que llamamos derecho objetivo es fruto de un proceso de positivación en el que, además del legislador, interviene una notable variedad de operadores jurídicos. Al realizar su tarea, estos habrán de llevar a cabo una ponderación entre exigencias jurídicas necesitadas con frecuencia de ajustamiento.

Igual que la justicia es un mínimo ético indispensable, también en el cristiano toda búsqueda de la perfección moral ha de partir de la convicción de que “la misericordia es un elemento indispensable en las relaciones entre los hombres”

»Las exigencias de la justicia ‑sean las emanadas del respeto a los menores o las derivadas de la institución matrimonial– generan obligaciones morales que no pueden subordinarse a benévolas concesiones sin grave deterioro del bien común. A su vez la misericordia, que no puede malentenderse como contrapuesta a la justicia, se erige en el ámbito moral en mínimo ético indispensable. Si el derecho es ininteligible sin su dimensión judicial, también la moral se ve en peligro cuando se trastoca su proyección sobre las conciencias.

»El imperativo cristiano “no juzguéis y no seréis juzgados” (Lc 6, 37) es un ingrediente elemental de la misericordia. Confundir la defensa de los principios morales con actitudes inquisitoriales que lleven a una marginación de nuestros iguales, sin las garantías de la justicia, atentaría gravemente contra la caridad.

»Es obvia por lo demás en la tarea pastoral la grave responsabilidad que recaería sobre los operadores morales si dieran paso a una contraposición de misericordia y justicia. Sería una culpable ingenuidad imaginar que las normas y principios morales objetivos no sufrirían deterioro si se los ignora a la hora de llevar a la práctica el inevitable discernimiento de las exigencias de justicia en las circunstancias concretas de cada caso».


(1) Entre otras:

Derecho y moral. Una relación desnaturalizada, Fundación Coloquio Jurídico Europeo, Madrid, 2012.

¿Tiene razón el derecho? Congreso de los Diputados. Madrid (1996), reseñada en Aceprensa 20 nov 1996.

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