La simbiosis entre fe y arte

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En un tiempo de duda y relativismo siempre habrá más escépticos. Pero es difícil negarse a aceptar la belleza. Por eso la consagración de la Sagrada Familia por Benedicto XVI, que ha permitido descubrir la belleza del templo y el esplendor de la liturgia, ha sido un ejemplo elocuente de la simbiosis entre fe y arte.

El Papa quiso destacar en su homilía que con esta obra Gaudí hizo una de las tareas más importantes del pensamiento cristiano actual: “superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres.” Así como desde el comienzo de su pontificado Benedicto XVI insiste en superar cualquier escisión entre fe y razón, en la dedicación de la Sagrada Familia ha hecho hincapié en la necesaria síntesis entre belleza y fe.

El propio Gaudí -recordó el Papa- “quiso unir [en este recinto] la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia”. Su técnica de arquitecto y su religiosidad de creyente no eran ámbitos separados, sino una fuente común de inspiración para hacer una obra bella.

Con ella prestaba un homenaje a Dios y un servicio al hombre. “Y es que la belleza -según Benedicto XVI- es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo.” Por eso no es extraño que la fe cristiana haya sentido siempre la necesidad de apoyarse en el arte. Así sucede también en la Sagrada Familia, con el simbolismo de esas fachadas-retablos, los juegos de la luz en las vidrieras o la estilización de ese bosque de columnas que apuntan hacia lo alto.

La belleza nos ayuda a salir de nuestro yo limitado, de la pura materialidad, de las ideas a ras de tierra, y nos impulsa a abrirnos a la verdad que nos supera, nos proyecta a la trascendencia. Por eso puede ser “reveladora de Dios”, también para los que aún no creen. Puede realzar el atractivo de la verdad cristiana, que, igual que ha dado el testimonio de los santos, también ha dejado una estela de belleza en el arte, en la música, en la literatura.

La belleza, camino hacia la verdad

De ahí que el Papa destacara también en su homilía la oportunidad de un templo como este en nuestro tiempo: “la dedicación de este templo de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado. Gaudí, con su obra, nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen que es Dios.”

No deja de ser paradójico que uno de los arquitectos más originales de la modernidad no haya estado preocupado por afirmar su personalidad como artista, sino por hacer algo para Dios. Como ha dicho Benedicto XVI, esta obra de arte, fruto de un gran esfuerzo de la inteligencia humana, “es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma.”

En un tiempo en que la arquitectura está plagada de edificios emblemáticos, de torres que compiten en ser las más altas, de proyectos faraónicos, parece que solo la arquitectura religiosa haya renunciado a la grandeza. La Sagrada Familia es una de las pocas excepciones de magnanimidad en el catolicismo moderno, en medio de uno tono general de edificaciones religiosas cimentadas en la mediocridad. A veces la excusa no ha sido la falta de medios, sino el presentarse como “iglesia de los pobres”. Como si los pobres no necesitaran la belleza. Como si lo antiestético fuera más barato que lo bello.

Allí donde existe, la belleza del arte religioso se convierte en una apología poderosa: “La belleza es un camino para que nuestros amigos o colegas que vacilan puedan ser introducidos en el misterio que en ocasiones ponen en duda: el misterio de que la verdad existe y podemos conocerla” (George Weigel). Por lo menos, puede ser el comienzo de un interés.

Con la Sagrada Familia -ha dicho Benedicto XVI- se ha creado en Barcelona “un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma.” No hace falta creer en la belleza, pues la experimentamos. Y la belleza puede ser ese puente hacia la verdad de la fe, que está más allá de la experiencia.

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