«Debe haber un sitio para la fe en la vida pública americana». Si lo hubiera dicho un político de religión cristiana le habrían llovido las acusaciones de fundamentalista. Pero es una afirmación de Joseph Lieberman, judío practicante, compañero de candidatura del demócrata Al Gore en la carrera a la Casa Blanca, y hasta la prensa liberal las recoge con respeto, no vaya a ser tachada de antisemita. Pero sus declaraciones han relanzado el debate sobre la religión en la arena pública.
Es la primera vez que uno de los dos grandes partidos incluye en el ticket presidencial a un judío practicante. Podría no haber pasado de ahí, pero el estilo de Lieberman choca con uno de los patrones políticos vigentes: las convicciones religiosas deben permanecer en el ámbito privado. El senador habla abiertamente de su religión y afirma que la fe no es ajena a sus decisiones políticas.
El revuelo comenzó a partir de unas declaraciones de Lieberman en Detroit, el 27 de agosto. El senador dijo allí que «esperaba que su candidatura animara a la gente a sentirse más libre para hablar de su fe» y que «debería haber un lugar para la fe en la vida pública de Estados Unidos».
Según Lieberman, «como pueblo, necesitamos reafirmar nuestra fe y renovar la dedicación de nuestra nación y de nosotros mismos a Dios y a los planes divinos». Este es el mejor antídoto, añadió, contra la violencia y la degradación de los valores familiares y morales.
Al día siguiente, en Chicago, definió EE.UU. como «el país más religioso del mundo» y recordó que los estadounidenses no solo eran ciudadanos de un mismo país, «sino hijos de un mismo Dios».
Las declaraciones son coherentes con sus convicciones. Lieberman acude a la sinagoga; guarda el Sabbath y las fiestas judías; y defiende que los valores morales son importantes para la vida privada y la pública. Lieberman no oculta que «mi fe es parte de mí. Ha estado en el centro de lo que he sido toda mi vida».
¿Cómo ha reaccionado el público? Según el Washington Post (31-VIII-2000), los votantes quieren conocer al candidato y saber qué piensa. Si un candidato considera que la fe es parte de su persona, el público le escuchará con atención cuando hable de sus creencias. Los editoriales de la mayoría de los grandes periódicos admiten esta vez, como el Washington Post, que el candidato es libre de hablar de su religión, con tal que no arremeta contra los que no la tienen.
Sin embargo, Lieberman también ha recibido críticas. La Liga Anti Difamación -dedicada a luchar contra el antisemitismo- le pidió en una carta que dejara de hablar de sus creencias en campaña (International Herald Tribune, 30-VIII-2000), porque insistir «en la religión es inapropiado en una campaña política, e incluso inquietante para una sociedad religiosamente plural».
Separación, no ausencia de religión
Lieberman había dicho que «la Constitución tiene la sabiduría de separar la Iglesia y el Estado; pero lo que garantiza es que la religión es libre, no que estemos liberados de la religión». «George Washington no nos perdonaría si pensáramos que la moralidad puede sostenerse sin la religión», aunque después aclaró que no quería decir que un ateo no pueda tener ética. Lieberman no contestó a la Liga, pero dijo que seguiría hablando de su religión.
Después se produjo un extraño juego de alianzas y paradojas. American Atheists se puso de parte de la Liga. En cambio, dos rabinos, Marvin Hier, fundador del centro Simon Wiesenthal, y Lawrence Goldmark, ex presidente del Board of Rabbis de California del sur, dijeron que la reacción de la Liga había sido desproporcionada. Goldmark afirmó que «Lieberman no ha dicho nada que pueda haber hecho sentirse incómodo o enfadar a nadie. No ha pedido a nadie que se convierta al judaísmo» (Los Angeles Times, 31-VIII-2000).
Richard Land, presidente de la Ethics and Religious Liberty Comission de la Convención Baptista del Sur, denunció un doble rasero. Según Land, no se puede aplaudir a Lieberman por tomarse la fe en serio y criticar a Bush por decir que Jesucristo es su «filósofo preferido».
La prensa no se quedó al margen. El New York Times (5-IX-2000) afirmó que la idea de recuperar la religión como antídoto contra la violencia y la degradación moral es irrefutable, pero mientras Lieberman piensa eso, otros pueden ver ahí una vía para adoptar políticas que harían sentirse fuera de lugar a los no creyentes o a las minorías. Bien es verdad que cuando Lieberman evoca la religión se mantiene en un plano de generalidades, sin entrar en propuestas concretas, que podrían desatar la polémica.
En cuanto al llamamiento de Lieberman a una mayor presencia de la religión en la vida pública, el diario insiste en que apoyar la separación entre religión y política no es antirreligioso. Es más, «comprender los límites ha permitido que la religión florezca en Estados Unidos como en pocos países a lo largo de la historia».
Algún rabino ha dicho que no hay que considerar a Lieberman como un judío que ha llegado a senador, sino como un senador de religión judía (Le Monde, 15-VIII-2000). Este parece ser el centro de la polémica. Habrá que esperar a noviembre para ver si sigue siendo un judío que llega a vicepresidente o se convierte en el primer vicepresidente de religión judía.