La llamada del Papa a la paz y a la fraternidad era indispensable en un país que experimentó una larga guerra civil de 1975 a 2000, en la que las víctimas se estiman en 500.000 y de la que todavía se arrastran las consecuencias.
Al dirigirse en el palacio presidencial a políticos y líderes civiles, les sugirió todo un programa para África: “Podéis transformar este Continente, liberando a vuestro pueblo del flagelo de la avidez, de la violencia y del desorden, guiándolo por la senda indicada por los principios indispensables de toda democracia civil moderna: el respeto y la promoción de los derechos humanos, un gobierno transparente, una magistratura independiente, una comunicación social libre, una administración pública honesta, una red de escuelas y hospitales que funcionen de manera adecuada y la firme determinación, arraigada en la conversión del corazón, de romper de una vez por todas con la corrupción”.
No fue menos explícito al referirse a la defensa de la vida humana frente a la violencia del aborto: “Qué amarga ironía la de aquellos que promueven el aborto como una cura de la salud ‘materna’. Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva”. El discurso cita a pie de página el Protocolo de Maputo, art. 14, adoptado bajo presiones de organismos internacionales por la Unión Africana en 2003, que garantiza el acceso al aborto en distintos casos que incluyen el riesgo para la salud física y mental de la madre. Varias naciones nunca lo han llevado a su legislación, pues choca con sus valores y tradiciones.
Acabar con las guerras
Durante su estancia en Camerún el Papa había entregado el documento de trabajo para la II Asamblea del Sínodo de Obispos sobre África, que tendrá lugar el próximo octubre, y cuyo tema es: La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz”.
Este servicio quedó bien manifiesto en el acto más multitudinario, la misa que celebró el domingo en Luanda, ante una multitud estimada en un millón de personas.
Allí Benedicto XVI lanzó una apremiante llamada a acabar con las guerras que desangran el continente africano y obstaculizan su desarrollo. “La guerra puede destruir todo lo que tiene valor: ¡familias, comunidades enteras, el fruto del cansancio de los hombres, las esperanzas que guían y apoyan sus vidas y su trabajo!”, advirtió el Santo Padre. “Esta experiencia es demasiado familiar en África en su conjunto -siguió diciendo- el poder destructor de la guerra civil, la precipitación en el torbellino del odio y de la venganza, el derroche de los esfuerzos de gente buena”.
Para evitar esta experiencia, hay que volver a Dios; por que “cuando se ridiculiza, desprecia o escarnece la Ley de Dios, el resultado sólo puede ser la destrucción y la injusticia: la humillación de nuestra humanidad común y la traición de nuestra vocación a ser hijos e hijas del Padre misericordioso, hermanos y hermanas de su Hijo amado”.
El Papa hizo una referencia específica a la guerra en los Grandes Lagos, un conflicto en el que están involucrados la República Democrática del Congo, Ruanda. Burundi, Uganda, Zimbabue y Angola.
El Papa hizo como un inventario de los males de la violencia. “Pensamos en el mal de la guerra. Los mortíferos frutos del tribalismo y de la rivalidad étnica, la codicia que corrompe los corazones de los hombres, esclaviza a los pobres, y priva a las próximas generaciones de los recursos que necesitan para crear una sociedad más justa y equitativa, una sociedad auténticamente africana en su genio y en sus valores”.
El valor de la evangelización
Benedicto XVI destacó en diversos momentos el valor de la evangelización, que puede transformar al ser humano al ponerle en contacto con Cristo y al hacer que todos los creyentes se sientan unidos.
Por eso recordó con agradecimiento cómo los portugueses trajeron la fe a Angola hace quinientos años, destacó la labor de los misioneros y la de los propios sacerdotes y catequistas africanos. El Papa afirmó que corresponde a los cristianos angoleños de hoy seguir llevando este mensaje a sus compatriotas, precisamente para liberarles del temor.
Y aquí se refirió a un problema específicamente africano: “Muchos de ellos viven temerosos de los espíritus, de los poderes nefastos de los que creen estar amenazados; desorientados, llegan a condenar a niños de la calle y también a los más ancianos, porque, según dicen, son brujos”. Algunos objetan, dijo el Papa: “¿Porqué no los dejamos en paz? Ellos tienen su verdad; nosotros, la nuestra. Intentemos convivir pacíficamente, dejando a cada uno como es.” Pero, respondió, “nosotros estamos convencidos y tenemos la experiencia de que sin Cristo la vida es incompleta, (…) debemos también estar convencidos de que no hacemos ninguna injusticia a nadie si les mostramos a Cristo y le ofrecemos la posibilidad de encontrar también, de este modo, su verdadera autenticidad, la alegría de haber encontrado la vida. Es más, debemos hacerlo, es nuestra obligación ofrecer a todos esta posibilidad de alcanzar la vida eterna.”
A los jóvenes: sin miedo a tomar decisiones definitivas
En el encuentro en Luanda con los jóvenes, Benedicto XVI se mostró particularmente incisivo y a la vez alentador.
“Dios marca la diferencia”, les dijo. “Más aún, Dios nos hace diferentes, nos renueva”. Cristo “nos hace vislumbrar el alba más bella de toda nuestra vida que de Él irradia, es decir, la resurrección de Dios”.
Pero el Papa comprendía que todo esto contrasta fuertemente con la realidad que viven mucho jóvenes. “Veo ahora aquí algunos jóvenes angoleños -pero son miles- mutilados a consecuencia de la guerra y de las minas, pienso en tantas lágrimas que muchos de vosotros habéis derramado por la pérdida de vuestros familiares, y no es difícil imaginar las sombrías nubes que aún cubren el cielo de vuestros mejores sueños… Leo en vuestro corazón una duda que me planteáis: ‘Esto es lo que tenemos. Lo que nos dices, no lo vemos’”.
Les recordó que los grandes cambios nacen de una semilla pequeña, de una renovación que comienza dentro de cada uno, como ocurría con los primeros cristianos en el mundo del imperio romano. “Vosotros -les dijo- sois una semilla que Dios ha sembrado en la tierra, que encierra en su interior una fuerza de lo Alto, la fuerza del Espíritu Santo. No obstante, para que la promesa de vida se convierta en fruto, el único camino posible es dar la vida por amor, es morir por amor”, como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto.
Y aquí les invitó con audacia: “no tengáis miedo de tomar decisiones definitivas”. “Pero frente al riesgo de comprometerse de por vida, tanto en el matrimonio como en una vida de especial consagración, sentís miedo: ‘El mundo vive en continuo movimiento y la vida está llena de posibilidades. ¿Podré disponer en este momento por completo de mi vida sin saber los imprevistos que me esperan? ¿No será que yo, con una decisión definitiva, me juego mi libertad y me ato con mis propias manos?’ Éstas son las dudas que os asaltan y que la actual cultura individualista y hedonista exaspera. Pero cuando el joven no se decide, corre el riesgo de seguir siendo eternamente niño”.
“Yo os digo: ¡Ánimo! Atreveos a tomar decisiones definitivas, porque, en verdad, éstas son las únicas que no destruyen la libertad, sino que crean su correcta orientación”.
La mujer africana, refugio de humanidad
Benedicto XVI dedicó su último acto público en Angola a un encuentro con los movimientos católicos para la promoción de la mujer, en la parroquia de San Antonio de Luanda.
Dos mujeres, en representación de los movimientos presentes, explicaron al Papa sus problemas y esperanzas.
En su respuesta, Benedicto XVI “exhortó a todos a tomar conciencia de manera concreta de las condiciones desfavorables a las que han sido y siguen siendo sometidas tantas mujeres, analizando en qué medida la conducta y las actitudes de los hombres, a veces su falta de sensibilidad o de responsabilidad, pueden ser la causa”.
El Papa destacó que “hay que reconocer, afirmar y defender la misma dignidad del hombre y de la mujer”. Este objetivo es más una aspiración que una realidad en buena parte del continente africano, donde muchas mujeres son víctimas de violencia, de matrimonios precoces, del contagio del virus del sida, de escasa instrucción…
Lamentó cómo “la historia registra casi exclusivamente las realizaciones de los hombres, cuando en realidad una parte importantísima se debe a acciones esforzadas, incansables y generosas de las mujeres.”
En las regiones devastadas por la pobreza y la guerra, añadió, “casi siempre son las mujeres las que mantienen intacta la dignidad humana, defendiendo la familia y tutelando los valores culturales y religiosos”.
“En la actualidad nadie debería dudar de que las mujeres tienen pleno derecho a integrarse activamente en cualquier ámbito de la vida pública y su derecho debe ser afirmado y protegido mediante instrumentos legales”.
Ahora bien, “el reconocimiento del papel público de las mujeres no debe menguar la función insustituible que tienen dentro de la familia”.
“La presencia materna dentro de la familia es tan importante para la estabilidad y el crecimiento de esta célula fundamental de la sociedad, que debería ser reconocida, alabada y apoyada de todas las maneras posibles”. Por este motivo, concluyó, “la sociedad debe reclamar a los maridos y padres su responsabilidad familiar”.