El profesor estadounidense Joseph Weiler, de religión judía, se ha hecho famoso por defender las raíces cristianas de Europa en foros muy diversos: desde su cátedra de la New York University hasta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Le hemos entrevistado con motivo de su investidura como doctor honoris causa por la Universidad CEU San Pablo en Madrid.
El pasado junio, Weiler intervino como experto constitucionalista ante la Cámara de apelación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos para defender el derecho de Italia a mantener el crucifijo en las aulas de las escuelas públicas. También representaba a otros nueve Estados como partes interesadas.
Sus argumentos pretendían mostrar que la sentencia dictada en primera instancia por el Tribunal de Estrasburgo era “la superposición confusa entre laicismo, laïcité y neutralidad”. Lejos de ser neutral, el fallo se inclinaba por entender la laicidad como un veto a las creencias en el espacio público en vez de una garantía para que convivan en él.
Laicidad no es dar la espalda
— En nombre de la laicidad, algunos argumentan que los ciudadanos deben prescindir de sus convicciones religiosas cuando estén en la esfera pública.
— Es curioso. A nadie se le ocurre decir lo mismo sobre las convicciones políticas. Los socialistas o los liberales quieren ser socialistas o liberales también en el espacio público. Y es lógico. Entonces, ¿por qué se exige prescindir de las creencias religiosas?
En sociedades multiculturales, lo razonable es que todos podamos expresar libremente nuestros puntos de vista (religiosos o no) y escuchar a los demás con respeto.
Quienes pretenden relegar la religión a la vida privada no son neutrales. Esa falsa laicidad no puede ser neutral. ¿Cómo va a serlo si uno puede discutir en público sobre el marxismo o el capitalismo, pero no sobre la religión?
Si alguien dijera: “Pueden comparecer en la esfera pública todos los ciudadanos, salvo los que tienen ideas socialistas o liberales”, los demás pensaríamos que eso es una discriminación. Por el mismo motivo, no se puede excluir a los creyentes.
— ¿Qué rasgos debería tener, a su juicio, la auténtica neutralidad?
— La auténtica neutralidad es respetar todos los puntos de vista y no tomar partido por uno en particular. Pero eso no significa abstenerse de reconocer la importancia del hecho religioso en la vida social.
Puede haber un Estado laico que, por razón de la laicidad, decida no financiar un colegio católico. Si lo hiciera, piensa, dejaría de ser neutral. Pero ésta es una interpretación discutible. Holanda también es un Estado laico. Y su actitud es muy distinta: financia tanto un colegio laico como uno católico, musulmán o judío.
Holanda está siendo verdaderamente neutral, al no tomar partido. En cambio, el Estado que decide financiar sólo a los colegios laicos y se desentiende de los confesionales, no es neutral.
La religión es razonable
— En su reciente discurso en Westminster Hall [cfr. Aceprensa, 20-09-2010], Benedicto XVI sostuvo que es necesario entablar un diálogo profundo entre la religión y la política, entre el mundo de las creencias religiosas y el mundo de la racionalidad secular? ¿Qué le pareció el discurso?
— Creo que Benedicto XVI acertó plenamente. Desde hace al menos dos siglos, algunos vienen repitiendo que la fe es irracional. Y luego añaden con condescendencia: “Como vivimos en una sociedad liberal, cada cual es muy libre de creer y pensar lo que quiera. Usted puede creer en Dios si lo desea, pero sepa que no se está moviendo en el terreno de la razón”.
A quienes piensan así, Benedicto XVI les recuerda que no es honesto dar por sentado que todo lo que afecta a la fe es irracional mientras que lo que no se refiere a la fe es razonable por principio.
Al mismo tiempo, su discurso es un llamamiento a los creyentes para que no se autoimpongan el mensaje de quienes desean silenciar la voz de la religión, presentándola como irracional. Finalmente, es una lección de coraje al hacer hincapié en el papel purificador de la razón respecto a la religión.
La perspectiva de la justicia
— Buena parte de los debates públicos que hoy se plantean en torno a la vida o el matrimonio acaban pareciendo enfrentamientos entre creyentes y laicos. ¿Está de acuerdo con este enfoque?
— Creo que es un error plantear así las cosas. La libertad religiosa es el derecho más fundamental de todos los derechos. Entre otras cosas, esta libertad supone el derecho de decir ‘no’ a Dios; el derecho a no ser una persona religiosa. Si alguien se opone al aborto o al matrimonio homosexual sólo por razones estrictamente religiosas, entonces no puede imponer su postura a los demás. Porque las convicciones religiosas no se imponen.
Los debates públicos controvertidos tienen que basarse en el patrimonio común de la razón. En otras palabras, deberían girar en torno a valores comunes sustentados en la justicia.
Por otra parte, los planteamientos que sólo se basan en la perspectiva de los derechos individuales me parecen insuficientes. A los derechos fundamentales hay que añadir las responsabilidades fundamentales de cada uno con los demás y con la sociedad.