Parece que el nacional-laicismo se aplica hoy en España con la misma coerción inquisidora que antaño el nacional-catolicismo. Este es la tesis sostenida por Antonio Burgos en un artículo publicado en el diario «ABC» de Madrid (13 febrero 2005), del que extractamos algunos párrafos.
Si usted cree que un icono es una tabla bizantina con una Virgen así como del Perpetuo Socorro pintada, con filigranas de plata silueteándola a modo de marco y, sobre todo, sacada de contrabando por una aduana de la antigua Unión Soviética, quíteselo de la cabeza. No es esto, no es esto. Un icono ahora es lo que antes un mito, un ídolo, un símbolo viviente. Beckham es el icono de los galácticos. Javier Bardem, icono de los artistas de PP (Pegatina y Pancarta). Javier Sardá, icono de la telebasura. ( ) De la iconografía de la casulla a San Ildefonso hemos pasado a la iconografía de la gabardina de Humphrey Bogart en «Casablanca».
A la moda de venerar iconos se añade otra: la expresión «de culto». Ya nada es de antología, de época, de referencia: es de culto. No contentos con los iconos, la religión del laicismo se nos llena de objetos de culto. (…)
Todo ciclo cultural tiene algo de triduo. Cuando en una televisión dedican un ciclo a un director de cine es como si le hicieran una novena. Esa película que ponen urgentemente como homenaje cuando se ha muerto un icono (una cinta de culto, naturalmente) viene a ser como su funeral «corpore insepulto» por lo civil. (…)
El nacional-laicismo se impone con la misma presión inquisitorial que antaño el nacional-catolicismo. «Anathema sit» toda idea de fe y de religión. El nacional-laicismo ha inventado la excomunión por lo civil. Y como hay una cierta orfandad de religión, se inventan iconos para considerarlos de culto. Se nos aparecen los iconos en un Fátima por lo civil. Javier Bardem se nos ha aparecido en carne mortal en los Goya. Y ahora vamos a Hollywood, a la romería de Javier Bardem, como antes a la ermita de San Antonio. Lo que más gracia me hace es que los nacional-laicistas a los que les deberían traer sin cuidado la religión y la fe, son los que más se mosquean con cuanto dicen el Papa y los obispos. A los dictadores del nacional-catolicismo les importaba una higa lo que dijera el Gran Maestre de la Masonería. Pero estos tíos… ¡cogen unos cabreos con lo que dice el Papa! Si son agnósticos, ¿qué demonios les tiene que importar lo que diga el Papa, que no es icono de la modernidad ni nada?