El Papa indica cuatro lugares en los que la esperanza se puede aprender y ejercitar. El primero es la oración. “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme”. Como ejemplo, recuerda la experiencia del cardenal vietnamita Nguyen Van Thuan, que pasó trece años de cárcel, nueve de ellos en aislamiento.
Otros lugares son el obrar humano y el sufrimiento. También aquí recuerda a un vietnamita, el mártir Pablo Le-Bao-Thin (1857), que escribía: “En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo, sino que Cristo está conmigo”. El Papa afirma que “la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre”.
“También la capacidad de aceptar el sufrimiento por amor del bien, de la verdad y de la justicia, es constitutiva de la grandeza de la humanidad porque, en definitiva, cuando mi bienestar, mi incolumidad, es más importante que la verdad y la justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte; entonces reinan la violencia y la mentira”.
Juicio final
Particularmente sugestivos son los pasajes que el Papa dedica al Juicio final como lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza. “Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios”.
El Papa señala que en la época moderna la idea del Juicio final se ha desvaído. La incomprensión de lo que significa el Juicio final se muestra en el ateísmo de los siglos XIX y XX, y su pretensión de establecer justicia en el mundo: “Puesto que no hay un Dios que crea justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la justicia”. De esa premisa, sin embargo, han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia.
“La fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre está hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”