La reciente difusión en Marruecos de una fetua o consejo religioso, emitida por un conocido teólogo, llamado Mohamed Ben Abderrahman Al Maghraui, que autorizaba el matrimonio a las niñas a partir de los nueve años, ha encendido las alarmas en el Palacio Real. A tal extremo, que el rey Mohamed VI ha decidido emprender un plan de reformas en el ámbito religioso que supondrá un mayor control, por parte del Consejo Superior de los Ulemas (los teólogos oficiales al servicio del Trono) sobre los imanes, las mezquitas e, incluso, la comunidad marroquí residente en el extranjero.
Se comprenderá mejor esta decisión si tenemos en cuenta varios factores que afectan la esencia misma de la sociedad marroquí. Por un lado, Mohamed VI no solo es el Jefe del Estado a título de rey, sino también el Comendador de los Creyentes, una especie de jalifa del Profeta, del que es descendiente directo, cuya principal función es, justamente, la de velar por el buen uso de los mandatos del Corán. Por otro, que el autor de la ya famosa fetua se ha basado en la propia biografía sagrada del profeta Mahoma, que contrajo matrimonio con su preferida Aicha cuando ésta todavía tenía nueve años, aunque no yació con ella hasta dos años después.
Al Maghraui ha venido a desafiar al propio rey, que hace cuatro años impulsó una reforma del Código de Familia (la “Mudauana”) en la que se fijaba en 18 años la edad mínima de la mujer para contraer matrimonio (cfr. Aceprensa 160/03). Maghraui, consciente de la autoridad suprema emanada de las costumbres practicadas por Mahoma, ha podido cometer todo un delito de “fitna” o rebelión, que está duramente castigado por la Ley Islámica, traspasando así los límites de la llamada “qaaída”, las reglas sociales no escritas que obligan a respetar los mandatos del superior, en este caso el rey.
De momento no se sabe qué medidas piensa tomar el Gobierno -en definitiva, un medio consultivo más del Palacio Real- contra este indisciplinado teólogo. El caso es especialmente espinoso en la medida que Marruecos se encuentra inmerso en un profundo proceso de reformas sociales y políticas que choca frontalmente con el auge del integrismo, favorecido por corrientes islámicas como el “salafismo” violento y el “wahabismo” saudita, opuestas al “sufismo” en el que se apoya el rito melkita, mayoritario en el país.
Los atentados terroristas de Casablanca en 2003 vinieron a revelar la existencia de grupos “yihadistas” nacidos en los barrios más pobres de las grandes urbes, donde han proliferado en los últimos tiempos madrasas clandestinas que enseñan un islam muy próximo al salafismo practicado en la vecina Argelia. A partir de entonces ya se adoptaron medidas, insuficientes a la vista de lo ocurrido, para controlar mejor las mezquitas y las predicaciones de los imanes clandestinos… Se añade a ello la expansión del partido islamista Justicia y Democracia -tercero en importancia del país- y la emergencia de una clase media que aspira a mayores cotas de democracia y que se apoya en el joven rey Mohamed VI para acercarse a una modernidad compatible con el islam tolerante y moderado del que hace gala el trono alauita.
En este sentido, Marruecos es, acaso, el modelo más avanzado del choque religioso-cultural que se desarrolla en buena parte del mundo islámico: el integrismo, predicado por los Hermanos Musulmanes e impulsado por la red terrorista de Al Qaeda, frente a las reformas impulsadas por el rey, dentro de una práctica irrenunciable del islam “al modo marroquí”. La fetua de Al Maghraui es tan solo la punta del iceberg de esta pugna.