Juan Pablo II envió un mensaje a los católicos chinos en el que afirma que la comunión con el Sucesor de Pedro es un fundamento irrenunciable para un católico, y que no puede existir «incompatibilidad entre ser, al mismo tiempo, verdaderos católicos y auténticos chinos».
El mensaje fue leído por el cardenal Josez Tomko, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en una ceremonia celebrada el 25 de septiembre en la Universidad Católica de Taipei, la capital de Taiwán.
La carta, dirigida a todos los católicos chinos, está escrita con motivo del séptimo centenario de la llegada a Pekín del misionero Giovanni da Montecorvino. El religioso franciscano fue enviado por el Papa Nicolás IV como primer evangelizador de China, y allí permaneció hasta su muerte en 1328, después de haber sido arzobispo de una floreciente comunidad cristiana.
El Papa asegura estar especialmente cercano a quienes en estos decenios «han permanecido fieles a Jesucristo y a su Iglesia ante dificultades de todo tipo, y han dado testimonio -y continúan ofreciéndolo, a costa de profundos y prolongados sufrimientos- del principio de comunión con el Sucesor de Pedro, al que no puede renunciar un católico que quiera permanecer y ser reconocido como tal».
Juan Pablo II tiene para ellos palabras de aliento y gratitud, al tiempo que les exhorta a la «fidelidad, la comprensión y la reconciliación», de modo que todos los católicos chinos se unan en la comunión con Cristo. Una unidad que debe crecer y manifestarse de una modo «cada vez más visible».
La República Popular China rompió las relaciones diplomáticas con la Santa Sede en los años cincuenta, y puso en marcha una «iglesia católica patriótica», sometida al régimen comunista. Junto a esa iglesia oficial ha coexistido una «iglesia de las catacumbas», fiel a Roma, aunque la frontera entre ambas parece que se ha difuminado en los últimos años. La carta del Papa suscitará, sin duda, no sólo las reacciones de los católicos, sino también de las autoridades de Pekín, recelosas ante lo que califican de injerencias de una «potencia extranjera». Otra dificultad entre el gobierno chino y la Santa Sede es el reconocimiento vaticano de Taiwán.