Algunos fanáticos religiosos que predicen el inminente fin del mundo atraen la atención de la prensa más que la verdadera religión. Pero los milenarismos seculares son más abundantes -y, en muchos casos, más peligrosos-, argumenta Charles Krauthammer en Time (22-III-93).
No es suficiente que los sanguinarios delirios de David Koresh y su apocalíptica secta se hayan convertido en una tragedia terrible. Parece que hay un gran deseo de convertirlo en un acontecimiento cultural (…). Ya saben: otra vez esos locos religiosos. En sintonía con una cultura popular, que no se interesa por la religión seria, pero que dedica muchísima atención a la religiosidad torcida, hipócrita y deformada, los chiflados de Waco están consiguiendo más publicidad en una semana que la religión en un año.
(…) Lo que olvida por completo el incesante parloteo de los medios de comunicación, cuando hablan del fenómeno Koresh, es que el pensamiento milenarista no es exclusivo de la religión. En realidad, las más extendidas e históricamente más significativas manifestaciones del milenarismo en nuestro tiempo, han sido seculares.
Durante el último medio siglo, más de un cuarto de la población de la Tierra ha estado dominada por movimientos políticos cuya búsqueda del millennium era tan fanática -y mucho más destructiva- como la de sus homólogos religiosos. La Unión Soviética, Camboya, Corea, la China comunista; todos esos regímenes condujeron sin descanso a sus pueblos a terribles extremos de privación y represión con el fin de acelerar la llegada del comunismo cumplido, el millenium tal como lo vio aquel profeta del siglo XIX que fue Karl Marx.
(…) Por lo que respecta a los Estados Unidos, hay un puñado de gente que cree en las locas especulaciones de Koresh sobre el fin del mundo. Pero hace menos de una década, decenas de millones de estadounidenses, incluidos muchos que deberían haber estado mejor informados, sucumbieron a un ataque de histeria nacional a propósito del apocalipsis nuclear. La aterradora predicción que hizo Jonathan Schell sobre la destrucción nuclear, modestamente titulada El destino de la Tierra, fue recibida con entusiasmo. El Día Después, una recreación del fin del mundo, fue el éxito televisivo del año (…). Quienes se negaron a participar de la histeria fueron catalogados como enfermos de «nuclearismo» o de «entumecimiento psíquico».
Con el final de la guerra fría, el apocalipsis nuclear ha pasado de moda en Estados Unidos. El vacío resultante lo llenan los eco-catastrofistas. A finales de los 60 el best-seller de Paul Ehrlich La explosión demográfica, presentó una manipulada predicción del fin del mundo -para 1983- cuya causa sería la superpoblación. En los 70 el Club de Roma predijo, con cómica imprecisión, un cercano último día con una contaminación incontrolable, superpoblación salvaje y agotamiento de recursos (para 1992, por ejemplo, no habría petróleo).
El vicepresidente de los Estados Unidos ha escrito un best-seller en el que advierte que si la preocupación por el medio ambiente no se convierte en «nuestro nuevo principio organizador», entonces «la misma supervivencia de nuestra civilización estará en peligro». Y «la semilla de la verdadera catástrofe está en el futuro, pero cada año que pasa nos damos cuenta de que la pendiente que nos empuja hacia ella es más inclinada». Suena familiar, ¿verdad? (…).
Para los que prefieren catástrofes más mundanas, hay un apocalipsis económico. Cuesta pensar en un tiempo en que las listas de libros más vendidos no incluyeran alguno titulado La crisis de mil novecientos y tantos. Hace unos años fue La crisis de 1979. Después, El pánico de 1989 (¡del mismo autor!). Hoy es Bancarrota 1995. La idea es la misma. Sólo cambia la fecha, que se va retrasando.
El apocalipsis retrocede. Pero permanece la fascinación por él. Basta mirar a Waco. Pero los grandes psicópatas que enarbolan Biblias no tienen el monopolio de la creencia en que el fin del mundo es inminente. Antes de arrojar piedras a objetivos fáciles, una sociedad secular debería reflexionar sobre su propio apetito de apocalipsis.