Jeff Jacoby, comentarista del Boston Globe, observa cómo en algunos casos se evita la expresión “terrorismo islámico” y otras semejantes aunque todo mueva a creer que estarían justificadas.
Hace poco varias personalidades han comentado los atentados fallidos en Glasgow y Londres como si no dieran pie alguno a relacionarlos con el islamismo radical. El primer ministro británcio Gordon Brown advirtió que no se debe emplear la palabra “musulmán” en referencia al terrorismo. Ken Livingstone, alcalde de Londres, previno contra la idea de que las recientes tentativas terroristas tengan que ver con el islam, y señaló que, por el contrario, en Londres “la opinión favorable al uso de la violencia con fines políticos es menos frecuente entre los musulmanes que entre los no musulmanes”. Y Daud Abdullah, vicesecretario general del Consejo Muslmán de Gran Bretaña, cuando le preguntaron si los hechos de Glasgow y Londres podrían atribuirse a extremistas musulmanes, respondió: “Evitemos suposiciones… Pueden ser obra de musulmanes, cristianos, judíos o budistas”.
La autocensura puede llegar a extremos cómicos, dice Jacoby, como en una crónica del New York Times sobre el atentado frustrado en el aeropuerto de Glasgow, que parece eludir cuidadosamente llamar “musulmanes” a los terroristas. Dice que son “del sur de Asia”, y al recordar a la matanza en el metro y un autobús de Londres hace dos años, describe a los autores como “gente del sur de Asia sin derecho a voto” en Gran Bretaña (“disenfranchised South Asian population”).
Jacoby subraya el contraste de esas declaraciones con las de alguien que tiene conocimiento directo del asunto, pues fue portavoz de la organización islamista radical Al-Muhajiroun. Hassan Butt, que hoy reniega de su extremismo de antaño, hizo notar la similitud de los últimos hechos con “otras tramas recientes de extremistas islámicos británicos” y señaló que “la teología islámica” es “el verdadero motor de esta violencia”.
En un artículo publicado en el Daily Mail (2-07-2007), Butt sostiene que la doctrina islámica, a diferencia de la cristiana, no admite separación entre autoridad religiosa y poder civil, y los yihadistas están movidos no simplemente por la oposición a la política exterior norteamericana o británica, sino por una teología fundamentalista que pretende someter el mundo a la “justicia islámica”.
Por eso, según Butt, la postura “políticamente correcta” de dirigentes como Brown y Livingstone está descaminada. “Rehúsan mencionar la difícil y a menudo compleja realidad de que el islam admite una interpretación según la cual es lícita la violencia contra el infiel, y en cambio repiten el mantra de que el islam es paz”.
Fuente: The Boston Globe