La misión de la Iglesia es hacer accesible lo inefable, el mundo del espíritu, y en esa tarea los artistas son maestros. Benedicto XVI retomó esa idea de Pablo VI durante el discurso que dirigió en la Capilla Sixtina a unos doscientos sesenta artistas de numerosos países. El Papa dijo que la belleza es todavía más necesaria en el momento actual, caracterizado por la desconfianza y el pesimismo, pues la belleza conduce siempre a la esperanza.
La ocasión para este significativo encuentro de Benedicto XVI con estos artistas invitados fue la conmemoración del décimo aniversario de la publicación de la Carta a los artistas, de Juan Pablo II (abril 1999). Se recordaban también otras efemérides, como el cuarto de siglo desde la proclamación del Beato Angélico como patrón de los artistas, y los cuarenta y cinco años de aquel primer encuentro de Pablo VI con los artistas en la misma Capilla Sixtina.
Pero, en el fondo, lo que justificaba la iniciativa era algo más profundo que las simples conmemoraciones: el renovado deseo, por parte de la Iglesia, por estrechar lazos con el mundo del arte, pues es una amistad que debe ser “promovida y sostenida” continuamente, y que no se frena ante barreras confesionales. De hecho, buena parte de los artistas presentes en el encuentro no eran católicos.
Los destellos de la belleza
No cabe duda de que Benedicto XVI se encuentra particularmente cómodo hablando de belleza y arte, pues ya en su obra de teólogo insiste especialmente en que lo bello es expresión de lo verdadero. Y allí estaban escuchándole músicos como Ennio Morricone o Arvo Part, arquitectos como Paolo Portoghesi, Santiago Calatrava o Zara Hadid, el escultor Venancio Blanco, el videoartista Bill Viola, cantantes como Plácido Domingo, Andrea Bocelli, Claudio Baglioni o Antonello Venditti, escritores como Claudio Magris o Susanna Tamaro, directores de cine como Giuseppe Tornatore, Nanni Moretti o Peter Greeneway, o actores como Virna Lisi, Irene Papas o Sergio Castellito.
El Papa dijo en su discurso que la belleza, como la verdad, infunde alegría y esperanza en el corazón humano. Por eso es hoy particularmente necesaria. Y es que junto a la crisis social y económica, el momento actual “está marcado también por un debilitamiento de la esperanza, por una cierta desconfianza en las relaciones humanas, de modo que crecen los signos de resignación, de agresividad, de desesperación”. Es un hecho también que el hombre explota sin conciencia los recursos del planeta, en beneficio de una minoría, y no pocas veces desfigura las maravillas naturales.
Ante esa situación, la belleza es capaz de “volver a dar entusiasmo y confianza”, y animar al alma humana a soñar una vida digna de su vocación. La experiencia de lo “auténticamente bello, de lo que no es efímero ni superficial”, no es algo secundario en la búsqueda del sentido de la vida y de la felicidad. Esa experiencia no aleja de la realidad, sino que lleva a afrontar de lleno el vivir cotidiano para liberarlo de la oscuridad. La belleza “impresiona” y es así como da fuerzas para vivir hasta el fondo la propia existencia.
No aceptar sucedáneos
Al Papa no se le esconde, sin embargo, que con demasiada frecuencia lo que se propaga es una belleza “seductora pero hipócrita”, que se transforma en su contrario, asumiendo el rostro de la obscenidad, de la trasgresión o de la mera provocación. En vez de “abrir [a los hombres] horizontes de verdadera libertad, empujándolos hacia lo alto, los encierra en sí mismos y los hace todavía más esclavos, privándoles de la esperanza y la alegría”.
La auténtica belleza lleva a salir de sí mismo, dice Benedicto XVI. “Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente, nos hiera, nos abra los ojos, entonces redescubrimos la alegría de la visión, de la capacidad de captar el sentido profundo de nuestro existir”. De este modo, la belleza de la naturaleza o de la creación artística puede convertirse en camino hacia lo trascendente, hacia Dios.
El Papa citó en su discurso a Pablo VI y Juan Pablo II, a S. Agustín, a Platón y al teólogo Von Baltasar. También se sirvió de las palabras de algunos autores y artistas como Dostoievski (“la humanidad puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero no podría seguir viviendo sin la belleza, porque entonces no habría nada que hacer en el mundo»), Braque (“el arte está hecho para turbar, mientras que la ciencia tranquiliza”), Simone Weil (“en todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de lo bello, está realmente la presencia de Dios. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible”), y Herman Hesse (“arte significa: dentro de cada cosa mostrar a Dios”).
En los oídos de los participantes, según manifestaron algunos de ellos al final del encuentro, permanecía el eco de unas frases de Benedicto XVI, que podrían ser casi un manifiesto: “Vosotros sois los custodios de la belleza; vosotros tenéis, gracias a vuestro talento, la posibilidad de hablar al corazón de la humanidad, de tocar la sensibilidad individual y colectiva, de suscitar sueños y esperanzas, de ampliar los horizontes del conocimiento y del compromiso humano. ¡Qué seáis gratos por los dones recibidos y plenamente conscientes de la gran responsabilidad de comunicar la belleza, de hacer comunicar en la belleza y a través de la belleza! ¡Qué seáis también, a través de vuestro arte, anunciadores y testimonios de esperanza para la humanidad!”
El Papa se despidió de los artistas con un “¡hasta la vista!”, y les pidió que no tuvieran miedo de confrontarse “con la fuente primera y última de la belleza”, ni de dialogar con los creyentes. “La fe no quita nada a vuestro genio, a vuestro arte, es más, los exalta y los nutre, los anima a atravesar el umbral y a contemplar con ojos fascinados y conmovidos la meta última y definitiva”.