Pío XII y el Holocausto

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Todavía de vez en cuando se repite la acusación de que el Vaticano, y Pío XII en particular, se hizo cómplice del exterminio de judíos durante la II Guerra Mundial por no denunciar a los nazis y quedarse de brazos cruzados. George Johnston, periodista de la revista norteamericana Crisis, desmiente con datos esas imputaciones en The Wall Street Journal, 24-IV-97 (ver también servicio 70/97).

Johnston recuerda que las críticas al Vaticano comenzaron en 1963, con el estreno de la obra teatral El Vicario, del dramaturgo protestante alemán Rolf Hochhuth, y han venido repitiéndose desde entonces. El último en reiterarlas ha sido el novelista estadounidense James Carroll, ex sacerdote, en un artículo publicado en The New Yorker (7-IV-97). Aunque Carroll dice haber preparado su artículo con un viaje por Europa para entrevistar a «diversas partes interesadas», «no ha podido aportar nada nuevo acerca de Pío XII y el Holocausto. Al contrario, no hace más que repetir la conocida historia de que Pío XII calló cobardemente mientras miraba cómo tenía lugar el Holocausto».

En el artículo, Carroll reconoce abiertamente sus objetivos: que la Iglesia revoque sus normas respecto a «las cuestiones sexuales -escribe él mismo-: aborto, anticonceptivos, divorcio, homosexualidad, celibato, sacerdocio femenino… ¿No indica la atribución de la infalibilidad que la Iglesia no está dispuesta a aceptarse como institución humana?». Comenta Johnston: «El problema, al parecer, es que el papado no ha cesado de afirmar que el sexto y el noveno mandamientos no están llenos de agujeros. Siguiendo una larga tradición de católicos disidentes que intentan desacreditar la autoridad magisterial de la Iglesia recordando la Inquisición y el caso Galileo, Carroll nos sale ahora con esta agresiva historia de la indiferencia vaticana ante el Holocausto».

Pero casi todo lo que dice Carroll es erróneo. «Lejos de ser espectadora pasiva del Holocausto, la Iglesia, empezando por el Vaticano, llegó extraordinariamente lejos en el empeño de salvar vidas judías durante la II Guerra Mundial». A continuación, Johnston recuerda algunos datos.

– Pío XII, cuando aún no era Papa, contribuyó a preparar la encíclica Mit brennender Sorge (1937), en que su predecesor Pío XI condenó el nazismo. La encíclica, prohibida en Alemania, fue introducida en el país de modo clandestino y leída a los fieles en las iglesias católicas.

– Varios historiadores judíos, como Joseph Lichten, de B’nai B’rith (organización judía dedicada a denunciar las manifestaciones de antisemitismo y mantener viva la memoria del genocidio nazi), han documentado los esfuerzos del Vaticano en favor de los hebreos perseguidos. Lichten señala, por ejemplo, que en septiembre de 1943, Pío XII ofreció bienes del Vaticano como rescate de judíos apresados por los nazis. También recuerda que, durante la ocupación alemana de Italia, la Iglesia, siguiendo instrucciones del Papa, escondió y alimentó a miles de judíos en la Ciudad del Vaticano y en Castelgandolfo, así como en templos y conventos.

– En gran parte por eso, los judíos tuvieron en Italia una tasa de supervivencia mucho más alta que en otros países ocupados por los nazis: se calcula que el Vaticano salvó a algunos cientos de miles. Esta fue una de las razones que movieron a Israel Zolli, gran rabino de Roma, a hacerse católico cuando terminó la guerra, y a tomar en el bautismo el nombre de pila del Papa, Eugenio, en señal de gratitud.

– También el Congreso Judío Mundial agradeció en 1945 la intervención del Papa, con un generoso donativo al Vaticano. En el mismo año, el gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, envió a Pío XII una bendición especial «por sus esfuerzos para salvar vidas judías durante la ocupación nazi de Italia». A la muerte de Pío XII (1958), la ministra israelí de Asuntos Exteriores, Golda Meir, pronunció un sentido elogio del Papa ante la ONU.

– El Vaticano no fue el único que no hizo denuncias públicas. También la Cruz Roja Internacional y el Consejo Ecuménico de las Iglesias coincidieron con la Santa Sede en que era mejor guardar silencio para no poner en peligro los esfuerzos en favor de los judíos. Pero nadie ataca a la Cruz Roja por su «silencio» ante el Holocausto.

– No hizo lo mismo la jerarquía católica de Amsterdam, que en 1942 denunció vigorosamente la persecución de los judíos. Los nazis respondieron redoblando las redadas y deportaciones; al final de la guerra, habían muerto el 90% de los judíos de la capital.

– Las organizaciones humanitarias judías estaban completamente de acuerdo con el Vaticano: una denuncia pública del Vaticano no tendría la menor influencia en los planes de Hitler, y en cambio pondría en peligro a los judíos que la Iglesia tenía escondidos.

– El propio Hochhuth reconoció, en un post scriptum a su obra, que el Vaticano ayudó a los judíos durante el Holocausto.

No significa esto, concluye Johnston, que el comportamiento del Vaticano fuera perfecto; pero ¿qué otra institución hizo tanto por los judíos? De todas formas -añade-, contra lo que sugiere Carroll, «los juicios prudenciales de un Papa en una situación tan difícil como la de Pío XII no tienen nada que ver con la doctrina de la infalibilidad pontificia».

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