Desde instancias burocráticas se impulsan a menudo cambios aparentemente formales pero con un trasfondo ideológico. Y si nadie protesta, el cambio se impone. Dos casos recientes: el olvido de las fiestas cristianas en la Agenda Europa y el cambio de terminología familiar en el documento de ciudadanía estadounidense.
Diego Contreras comenta el caso de la Agenda Europa en su blog La Iglesia en la prensa (25-01-2011).
Reconozco que me da un poco de alergia ver complot y maniobras aquí y allá, pero el episodio de la agenda escolar, promovida por la Unión Europea, me parece muy sintomático de la actitud de una cierta nomenclatura burocrática instalada en Bruselas. No es, desde luego, el caso más importante, pero considero que es significativo de la “agenda” (en sentido anglosajón: programa de acción) que ciertos grupos de interés están promoviendo desde esas estructuras de poder (escasamente representativas).
No es normal, en efecto, que una agenda de la que se imprimen tres millones de ejemplares destinados a las escuelas europeas de secundaria (con un coste que supera los cinco millones de euros) olvide las fiestas cristianas y meta, sin embargo, todas las demás: judías, musulmanas, sikh…, incluso “Halloween”. La propia UE ofrece los datos de que el 90 por ciento de los destinatarios de ese “suplemento pedagógico” son cristianos. ¿Alguien se cree que ha sido simplemente un fallo, el olvido de algún pardillo?
No dudo de la buena voluntad de las personas que se han disculpado, subrayando que ha sido precisamente “un error, no una política”. Pero esos errores se comenten siempre en la misma dirección y no se corrigen hasta que no son denunciados por alguien. Leo en Corriere della Sera que hace unos meses concluyó sus trabajos una comisión sobre interculturalidad promovida por el gobierno belga, y que entre las recomendaciones que presentaron figura explícitamente la “descristianización” del calendario. No es un documento de la UE, pero me parece que ofrece una idea de por dónde van los tiros.
Padre y madre no son sexualmente neutros
Vicenzina Santoro comenta el caso del documento consular americano y de las reacciones suscitadas, en un artículo publicado en MercatorNet.com
Fuente: MercatorNet.com
A finales de diciembre de 2010, el Departamento de Estado de EEUU anunciaba una reforma del CRBA (Consular Report of Birth Abroad), el documento que reconoce la ciudadanía a estadounidenses nacidos en el extranjero. Esta noticia hubiera pasado completamente desapercibida de no ser por la inclusión de un párrafo en el que se señalaba que las palabras father y mother iban a ser sustituidas en el nuevo modelo de documento por el genérico parent. ¿La razón? “ofrecer una descripción sexualmente neutra de los padres del niño y reconocer los diferentes tipos de familia”
Quizás la Administración no calculó la repercusión que este pequeño cambio podía llegar a tener. Pero lo cierto es que el debate no tardó en alcanzar unas dimensiones que hicieron necesaria la mediación de la mismísima Secretaria de Estado Hillary Clinton. Puede que como resultado de esa mediación, el Departamento de Estado aprobó, menos de un mes después del primer anuncio, que el nuevo CRBA daría gusto a todos: en el lugar del padre aparecería “father or parent 1” y en el de la madre “mother or parent 2”.
Sin embargo, esta solución salomónica -como la original- solo ha dejado satisfecha a una de las partes. Y quizás también como en la historia bíblica, la parte no satisfecha es la más interesada en clarificar el asunto, que en este caso no es un niño en concreto sino la definición general de paternidad y de familia.
Vicenzina Santoro, miembro de la Asociación Americana de la Familia de Nueva York, cuestiona incluso la legalidad de la mencionada reforma, porque según ella viola la Ley de Defensa del Matrimonio de EEUU, además de contradecir el artículo 16 de la Declaración de los Derechos Humanos, que afirma que “la familia es la unidad natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por el estado”. Según Santoro, “permitir nuevas definiciones de la familia no es ‘natural’ y debilita su papel fundamental dentro de la sociedad”.
En su argumentación alude varias veces a la ley natural y al concepto del matrimonio natural, y aquí está precisamente el problema: la negación del concepto de naturaleza humana provoca que a la vez que se redefine al hombre según los vientos de cada momento se haga imposible debatir precisamente sobre qué definición le conviene más. Es ese vacío el que ocupa la denominada “atención a la minoría”. De hecho, Santoro se queja de que esta forma de ingeniería social que introduce la reforma del CRBA no cuenta con el respaldo de la mayoría de los estadounidenses.
En realidad, no se enfrentan dos visiones distintas de la familia, sino dos formas de razonar arraigadas en premisas filosóficas completamente opuestas, por lo que el debate se vuelve realmente difícil o acaba con facilidad en el territorio de la terminología – ¿el número 2 después de la palabra parent no supone una valoración inferior de la madre respecto del padre? -.
Santoro va mucho más al fondo, se ancla en la misma biología -“un niño no puede tener dos mamás porque solo una de ellas le habrá traído a la vida”- o en la naturaleza humana – “la familia natural continúa siendo una e inmutable y por eso no puede ser rediseñada para reflejar los caprichos, las modas o las manías de los tiempos”- , pero en una sociedad tan reacia a lo constante tales conceptos pueden no resultar el anclaje necesario.