Contrapunto
El Consejo Pastoral de la diócesis de Bilbao ha presentado al nuncio, a fin de que la transmita a Roma, una terna de candidatos para suceder al actual obispo, que alcanza la edad de jubilación. Los nombres no se han revelado. Lo que sí se ha divulgado (El País, 29-III-93) es el perfil o características que, según el Consejo, debe reunir el obispo. Las fundamentales son: capaz de trabajar en equipo y valorar la corresponsabilidad y colegialidad, y partidario de luchar, en primer lugar, por la justicia y la paz. A un nivel más secundario, se considera que ha de saber euskera y debe conocer la situación social de la diócesis, sumida en una profunda crisis económica.
Nadie puede poner en duda la importancia de que un obispo reúna estas cualidades. Pero la verdad es que, con estos solos rasgos, también podría elegirse un buen líder sindical o un diputado al Parlamento. Tal vez habría que tener en cuenta también algunas aptitudes más específicas que enumera San Pablo al hacer el perfil del obispo en sus cartas a Timoteo y Tito. Allí menciona, entre otras dotes, que sea «hospitalario, amador de los buenos, modesto, justo, santo, continente, guardador de la palabra fiel; que se ajuste a la doctrina de suerte que pueda exhortar con doctrina sana y argüir a los contradictores». O quizá estos valores se le suponen.
El Consejo dice también que el futuro obispo debe mantenerse «distante de los poderosos, crítico de la sociedad y al servicio de los pobres». Este criterio parece sugerir que para servir a los pobres hay que alejarse de los poderosos. ¿No sería mejor que el obispo estuviera cerca de unos y de otros, conservando siempre su independencia? Pues un poder bien encauzado puede hacer mucho por los más débiles. Sin ir más lejos, en el plano eclesial, el Consejo Pastoral de Bilbao debe de ser uno de los organismos más poderosos de la diócesis. Y no estaría bien que el nuevo obispo se mantuviera distante de su Consejo Pastoral.
Ignacio Aréchaga