El Papa Francisco sigue de camino por las periferias, y no necesariamente por las geográficas, sino por aquellos sitios donde se han cebado el dolor y el desarraigo. En uno de ellos, Bosnia Herzegovina, el Pontífice estará el sábado 6 de junio, en una visita breve.
El Papa Francisco pide a los obispos que sean “padres de todos”, sin importar etnia o cultura
El programa de Francisco se desarrollará íntegramente en la capital: Sarajevo, la ciudad en la que dio inicio la Primera Guerra Mundial, y la que fue sitiada y bombardeada durante cuatro años (1992-1996) por las tropas serbias. Quizás por eso, por la necesidad de que la paz se consolide en esa tierra, el Papa llegará con el lema: “La paz sea con vosotros”, la misma expresión que los apóstoles escucharon de Jesús resucitado.
El día 6, su primer acto será la celebración de la Eucaristía en el estadio Kosevo, a las 11 a.m. Según Zenit, hasta mediados de mayo ya se habían recibido más de 50.000 peticiones de inscripción para asistir, y se prevé que arribe un millar de autobuses con peregrinos.
Después de almorzar con los obispos bosnios, Francisco se reunirá durante una hora con el clero, los religiosos y los seminaristas locales. Luego irá al encuentro de líderes y personalidades de otras religiones presentes en el país balcánico, una cita programada en el Centro Internacional Estudiantil franciscano y, al término, en el Centro Juvenil Juan Pablo II, intercambiará con unos 5.000 jóvenes. Tras esta última actividad, volará de regreso a Roma.
Un tema, el de la seguridad papal, no se les escapa a quienes cubren periodísticamente los itinerarios pontificios, y su viaje a Bosnia no será la excepción. De hecho, el pasado 28 de abril, un extremista islámico atentó contra una comisaría policial en Zvornik (noreste), al grito de “¡Alla’hu Akbar!”, y asesinó a un agente antes de morir. No obstante, el cardenal Vinko Puljić, presidente del comité organizador de la visita, ha aseverado que “no hay motivos para temer en Sarajevo, por lo que sabemos, y estoy muy satisfecho porque las cosas están bajo control”.
La necesidad del perdón entre todos
La presencia cristiana en Bosnia-Herzgovina se remonta al primer siglo, como en casi todo el mundo mediterráneo. Tras la proclamación del Edicto de Milán (año 313), con el cual cesó la persecución contra los cristianos por parte del Imperio romano, la religión se difundió aún más por los Balcanes, y los fieles y el clero tuvieron sus principales centros urbanos en las localidades bosnias de Salona y Sirmium. Algunas fuentes precisan además que una ciudad bosnia, la actual Suica, era la antigua Stridon que vio nacer a uno de los grandes doctores de la Iglesia: San Jerónimo (347-420), el conocido traductor de los textos griegos y arameos de la Biblia al latín.
El 41% de la población bosnia vive en el extranjero
En el siglo XV, la irrupción del Imperio Otomano en la región, y su presencia dominante en Bosnia hasta 1878, significó una alteración de orden étnico-religioso, toda vez que, en el período, la población eslava nativa, originalmente ortodoxa o católica, fue islamizándose progresivamente, hasta que los seguidores de Cristo que permanecieron fieles a Roma quedaron en minoría.
A día de hoy, los católicos conforman el 15% de la población local y cuentan con cinco diócesis. Pero la huella de su presencia allí durante siglos se evidencia en la multiplicidad de milenarios edificios religiosos (templos y monasterios), varios de ellos en ruinas tras la guerra fratricida de los años 90.
Precisamente para animar a la comunidad asolada por la catástrofe, el Papa Juan Pablo II realizó también una visita al país en 2003. En esa ocasión, acudió a la urbe de Banja Luka, en la República Sprska (de mayoría serbia ortodoxa), uno de los territorios en que se organizó administrativamente el país tras el conflicto (el otro es la Federación Bosnio-Croata, de mayoría musulmana y católica). “Desde esta ciudad –dijo entonces el Pontífice polaco–, marcada a lo largo de la historia por tantos sufrimientos y tanta sangre, suplico al Señor omnipotente que tenga misericordia de las culpas cometidas contra el hombre, contra su dignidad y libertad, también por hijos de la Iglesia católica, e infunda en todos el deseo del perdón recíproco. Solamente en un clima de verdadera reconciliación, el recuerdo de tantas víctimas inocentes y de su sacrificio no será vano y nos impulsará a construir relaciones nuevas de fraternidad y comprensión”.
Un país “huérfano”
En sintonía con su santo predecesor, Francisco ha enviado un mensaje a quienes serán sus anfitriones este 6 de junio, en el que ha anunciado que irá a confirmar en la fe al pueblo de Dios, así como a apoyar el diálogo ecuménico e interreligioso, y a fomentar la convivencia pacífica en el país.
Francisco visitará Sarajevo, donde ya estuvo Juan Pablo II en 2003 para animar a una comunidad asolada por la guerra
“Los invito a unirse a mi oración para que este viaje apostólico puede producir los resultados deseados por la comunidad cristiana y por toda la sociedad”, ha expresado el Papa, muy en línea con lo que les solicitó a los obispos bosnios en marzo pasado, cuando les pidió que fueran “padres de todos”, sin importar etnia o cultura, incluso en medio de la estrechez material y la crisis por la que atraviesa el país.
Uno de los temas que más le preocupan a Francisco respecto a la república ex yugoslava, y que tuvo ocasión de conversar con los prelados bosnios en Roma, es el de la emigración. El país eslavo está en cierto sentido “huérfano”, debido al constante flujo migratorio de sus pobladores, acechados por la pasada guerra o por la miseria resultante de esta.
Un informe de 2012 de la Comisión Europea, titulado Social Impact of Emigration and Rural-Urban Migration in Central and Eastern Europe, traza una foto impactante del fenómeno: durante el conflicto de los años 90, murieron allí 105.000 personas, y más de la mitad de la población tuvo que desplazarse de sus lugares de origen, tanto a otros sitios del país como al exterior. A los que salieron hacia países de la UE, no se les concedió el estatuto de refugiados, sino que se les ofreció una “protección temporal”, por lo que, acabado el conflicto, se vieron obligados a regresar a su tierra. Y se creó un problema más: el de los refugiados que no podían volver a sus antiguos lugares de residencia, por no estar autorizados a ello.
Los incentivos para quedarse eran más bien pocos. Según las estadísticas de la CE, el 41% de la población bosnia vive en el exterior. EE.UU. (con 350.000 de ellos), Croacia (con 300.000), Alemania (con 240.000), y otros como Serbia, Austria y Eslovenia se han convertido en el hogar de los desencantados, y se espera que sigan siendo el principal destino de los que aún se plantean marcharse. Varios factores, como la inestabilidad política interna, la discriminación de que son víctimas los refugiados retornados, y la falta de sintonía entre los servicios sociales de las dos entidades que conforman el Estado, empujan a mirar hacia el lado de allá de la frontera.
Es lo que el Papa ha animado a cambiar, para lo que ha propuesto a los obispos promover una sólida pastoral social, particularmente entre los jóvenes, “para que así se formen conciencias dispuestas a permanecer en el propio territorio, como protagonistas y responsables de la reconstrucción y el crecimiento de su país, del que no pueden esperarse solamente recibir”.
El sábado tendrá oportunidad de decírselo en persona a miles de ellos.