Para quienes han nacido en regímenes democráticos consolidados, las libertades “ya estaban ahí”, por lo que algunos tienen la tentación de creer que son absolutas. Cuando “descubren” el límite –que es, sencillamente, la ley– les viene la sorpresa, y así le ha sucedido a la concejal madrileña Rita Maestre.
En sus “locos años de juventud” –más exactamente a los 21–, la hoy portavoz del Ayuntamiento capitalino no halló mejor forma de protestar contra la presencia de una capilla católica en la Universidad Complutense que entrar en tromba con un grupo de colegas feministas que empujaron al sacerdote, profirieron gritos soeces y amenazas contra la Iglesia, y se desnudaron de cintura para arriba.
Maestre acaba de comparecer en un juzgado, cinco años después de aquello. Pero antes de que se sentara en el banquillo, Elvira Lindo tomó un estropajo y le dio un lavado de cara en El País, de modo que pudiéramos apreciar en ella las excelencias empañadas por su actuación. Rita es, así, “cercana”, “educada y con voluntad de hacerse entender”; una joven que sufre “la furia mediática que no respeta el hecho de que nosotros estamos aquí (al frente del Ayuntamiento madrileño) porque una mayoría lo ha querido”. Es una víctima de los revanchistas. Es santa Rita de la Complutense, virgen y mártir.
Nuestra heroína no percibe, sin embargo, sus propias contradicciones. Por una parte, afirma haberse disculpado con el arzobispo de Madrid, Mons. Osoro –“le he trasladado mis disculpas y mis explicaciones por todo lo ocurrido; él lo aceptó como una cosa de juventud”– y por otra, insiste en no ver falta alguna: “Un torso desnudo no es un gesto ofensivo”. Si no lo es, ¿a qué disculparse entonces?
Valga anotar además la recurrente atenuante de su “juventud”, pues, tradicionalmente, las fuerzas más a la izquierda en el espectro político suelen advertir una madurez precoz en las chicas españolas, que por ley no son solo suficientemente responsables para poder votar y conducir a la edad de 18 años, sino que quieren que se les permita abortar, sin consentimiento de los padres, entre los 16 y los 17 años. ¿Son entonces “responsables” a los 16 para someterse a un aborto y, a los 21, “pobremente conscientes de sus actos” cuando una capilla se les atraviesa en su camino?
Pero Rita, ante el juez, se escuda en su ignorancia. “Vistas las consecuencias que ha tenido esa protesta y que cinco años después estemos en un proceso penal, creo que nadie lo haría de nuevo”, afirma, aunque una estudiante de Ciencias Políticas con algún olfato debía habérselas olido. Si, por otra parte, recordamos el principio jurídico de que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, tenemos que nuestra “joven y cercana” imputada vuelve a quedarse, ya que tanto le apetece, desnuda, pero ante la ley.
El doble rasero de los “nuevos”
A pesar de la diferencia de objetivos, la acción de Maestre y sus colegas en la capilla de la Complutense tiene puntos en común con el caso de los ultras que boicotearon un acto de la Generalitat catalana en la librería Blanquerna, en Madrid, en 2013. Ambos estuvieron ideológicamente motivados y en ambos hubo manifestaciones de violencia, que no otra cosa es haber empujado al sacerdote, y lanzar las ya clásicas amenazas de “¡arderéis como en el 36!” y “¡vamos a quemar la Conferencia Episcopal!”.
La protesta en la universidad, además, posee la agravante de que ha tenido lugar en un templo, que cuenta con mayor protección penal, pues la libertad religiosa es un derecho fundamental, según alegan las partes acusatorias. A Maestre y a su correligionario Héctor Meleiro se les acusa de los presuntos delitos de profanación y de ofensa contra los sentimientos religiosos, tipificados en los artículos 524 y 525 del Código Penal.
Ahora bien, si nadie duda de que la transgresión cometida por los ultras que irrumpieron en Blanquerna merece una respuesta penal, llama la atención cómo se levantan voces para defender a la concejal madrileña en nombre de la libertad de expresión. Empezando por la del líder de Podemos, Pablo Iglesias: “Hoy como ayer estoy con Rita Maestre, con Héctor Meleiro y con las estudiantes valientes”, escribe en Twitter. Solo que no es necesaria tanta valentía por parte de 60 para invadir a gritos y empujones un templo en el que hay apenas cinco fieles y un sacerdote, personas cuya filosofía de vida les dicta perdonar a quienes les ofenden y no devolver golpe por golpe. Hay, por cierto, otros locales de culto, de otras religiones, donde esta tropilla podría ir a mostrar su arrojo, pero hasta el momento no hay noticia de que hayan hecho la prueba de ir allí a desnudarse o amenazar con incendios “como en el 36”.
Sucede que esta nueva izquierda iluminada se revela incapaz de encajar libertades y contextos. Nadie ha exigido que se callen; nadie, que se les prohíba desnudarse el torso o el calcañal. Lo que indigna, y lo que obvian los defensores de Rita & Co., es el “nimio” detalle del lugar de la protesta: el interior de una iglesia, un sitio reservado al culto, con reglas observables por todo el que traspase su umbral. ¿O acaso puede un militante del PP ingresar a una sede de Podemos con una pancarta, quitarse la camiseta, pegar cuatro gritos y pretender que no le demanden?
“Ah, pero la capilla está en una universidad pública”. Cierto, aunque derivada de una universidad fundada por la Iglesia en el siglo XVI: la de Alcalá. En todo caso, sin embargo, los oratorios en centros universitarios públicos están al amparo de una ley, el Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado español, de 1979, cuyo artículo 1.5 refiere que “los lugares de culto tienen garantizada su inviolabilidad con arreglo a las leyes”, y que “en caso de su expropiación forzosa será antes oída la autoridad eclesiástica competente”. A quien no esté de acuerdo con esta inviolabilidad, no le queda más remedio que ponerse a tejer o simplemente aguantarse, porque quebrantarla no es una opción en un Estado de derecho.
Por otra parte, y ya que se menciona el carácter público de la Universidad para significar que es “de todos”, habrá que preguntarles a los del “cambio” por qué, allí donde gobiernan, ponen las instituciones al servicio de causas que no son de todos.
Muchos no consideran propia, por ejemplo, la causa del “orgullo” gay; sin embargo, el Ayuntamiento del que Maestre es concejal colgó en 2015 una enorme bandera arcoíris de la fachada de la alcaldía, en un curioso signo del “confesionalismo gay”. Tampoco a todos nos agrada que se premie con dinero de todos los barceloneses a una poetisa que desfigura, mediante el insulto bruto, la oración por excelencia de los cristianos, ni que se pague un espectáculo de títeres en el que se acuchilla y ahorca a medio elenco de muñecos, como sucedió en los recientes festejos del carnaval madrileño.
Valdría la pena averiguar qué ocurriría, dónde quedaría el celo pro-libertad de expresión de los “nuevos”, si la marioneta asesinada, en vez de ser una monja o un juez, fuera un político de perilla y coleta, con el añadido de una pancarta que, en lugar de “Gora Alka-ETA”, diera vivas a a Pol Pot, aquel tirano, casualmente también comunista, que perpetró uno de los peores genocidios del siglo XX.
Ahí veríamos con cuánta rapidez estos “mártires” venidos a menos,canonizados por Elvira Lindo y otros de la profesión, apuntarían el índice contra los “divulgadores del odio”. Que con una vara se mide a la propia peña y con otra –de hierro y con púas, si es posible– a la de quienes piensan diferente.