A la vista de las circunstancias históricas actuales y de los rasgos apostólicos que encarna el Papa, el cardenal Julián Herranz se atreve a considerar a Joseph Ratzinger como un “moderno Padre de la Iglesia”.
“Las particulares circunstancias actuales de la Iglesia y del mundo y las características de la persona y la obra de Benedicto XVI lo emparentan, en la doble dimensión intelectual y pastoral, con los Padres de la Iglesia antigua (Basilio, Atanasio, Agustín…), que por su rica doctrina y acción de gobierno interpretaron con especial clarividencia los signos de su tiempo y contribuyeron decisivamente a salvar la fe ortodoxa, la armonía entre razón y fe y los valores de la civilización”.
Para ilustrar estas palabras, Herranz analiza tres grandes desafíos pastorales -no son los únicos- que Benedicto XVI ha afrontado en las últimas décadas.
El primero se refiere a la recepción del Concilio Vaticano II, “un período de dramática confusión en amplios sectores eclesiales”. La tendencia de algunos a interpretar y “actualizar” el mensaje evangélico en clave política provocó como reacción la aparición de otros grupos aferrados “a un tradicionalismo reductivo de la verdadera Tradición cristiana, incluso en oposición a Roma”.
“A esas dos posiciones contrapuestas se opuso y se opone decididamente Joseph Ratzinger, primero como Cardenal en 1985 con el famoso Informe sobre la Fe, justamente calificado de ‘histórica denuncia profética’, y ahora como Papa celoso tutor de la unidad de la fe y de la comunión”.
El segundo gran desafío que ha afrontado Benedicto XVI es el declive cultural y moral en amplios sectores sociales, provocados en buena parte por una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo.
“Mientras que Juan Pablo II -explica Herranz- se opuso especialmente a la ‘utopía totalitaria’ de la justicia sin libertad, propia del comunismo y del nazismo, Benedicto XVI se opone a la ‘utopía relativista’ de la libertad sin verdad, es decir, sin valores y verdades objetivas que tutelar”.
“(…) Pero Ratzinger, como los Padres de la Iglesia, no es hombre que se limite a señalar errores o peligros: él enseña que el Cristianismo es el encuentro con la Verdad encarnada, con Cristo, que revela al hombre no sólo el misterio de Dios sino también el misterio del hombre: la excelsa dignidad de su naturaleza y de su destino eterno”.
A juicio de Herranz, el fundamentalismo islámico es el “tercer desafío con el que Benedicto XVI se ha enfrentado de modo dialógico y constructivo en el famoso discurso en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre de 2006, en su posterior viaje a Turquía y, últimamente, en el Sínodo de Obispos sobre el Oriente Medio”.
“Su repetida afirmación de que ‘no actuar según razón es contrario a la naturaleza de Dios’ y que ‘toda religión ha de respetar la dignidad del hombre’ ayuda a comprender que el acto de fe ha de ser un acto razonable y libre, nunca impuesto por la violencia: ni por la violencia física del terrorismo ni por la violencia de leyes civiles que no respeten la libertad de culto y de conciencia”.