Roma. El prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría, presidió en el Ateneo Romano de la Santa Cruz un acto en memoria de monseñor Álvaro del Portillo, en el que se presentó una selección de escritos, algunos de ellos inéditos, de quien fue fundador y primer Gran Canciller de esta universidad.
El volumen, coordinado por el profesor Amadeo de Fuenmayor y publicado por la Libreria Editrice Vaticana, está dividido en cuatro partes: escritos pastorales, teológicos, canónicos y varios (universidad y cultura), cada una de las cuales se abre con un breve estudio preliminar preparado por un profesor del Ateneo.
Entre los textos más significativos figura una carta pastoral que monseñor Álvaro del Portillo escribió en noviembre de 1982, con ocasión de la erección del Opus Dei en prelatura personal. La carta, dirigida a los miembros del Opus Dei, representa el comentario más autorizado sobre la conclusión del largo camino jurídico que llevó al Opus Dei a la configuración canónica adecuada a su carisma fundacional.
El libro, titulado Rendere amabile la verità («Hacer amable la verdad»), ofrece un total de sesenta y tres escritos en sus casi setecientas páginas, cada uno publicado en el idioma en que fue preparado. El volumen se cierra con dos apéndices: un perfil biográfico de monseñor Del Portillo y un elenco de sus publicaciones.
El acto académico concluyó con la intervención de monseñor Javier Echevarría, autor del ensayo sobre la persona de monseñor Álvaro del Portillo que introduce el libro. El actual prelado del Opus Dei puso de relieve que su predecesor, fallecido en 1994, no fue sólo «un sacerdote santo, un prelado y obispo de destacadas dotes de gobierno, sino también un hombre de cultura, un intelectual que ha ofrecido aportaciones de singular relevancia a la Iglesia, a la teología y al derecho canónico».
Aunque se interesó por cuestiones muy variadas, en el conjunto de su producción intelectual se pueden señalar tres temas centrales: el laicado, el sacerdocio y la eclesiología.
Mons. Echevarría afirmó que consideraba un deber dar testimonio de que su predecesor no deseó nunca honores o reconocimientos. «No buscó tampoco éxitos personales ni ocasiones para figurar. Tuvo una única ambición: ser un buen hijo de Dios y un servidor fiel de la Iglesia, según el espíritu y el ejemplo recibido del Beato Josemaría Escrivá. A pesar de eso, mejor dicho, gracias a eso, gracias a ese olvido de sí, fue capaz de realizar cosas grandes porque la humildad no empequeñece el ánimo ni estrecha los horizontes sino que, al contrario, los dilata hasta ponerlos ante la infinitud de Dios».