Alexander Abrahamowicz, pastor protestante, casado con una pianista italiana y padre de cinco hijos, tres de ellos sacerdotes católicos, rompe una lanza por el celibato sacerdotal en el diario vienés Die Presse (11-IX-95).
Quisiera romper una lanza por el celibato, el último reducto del radical seguimiento de Cristo. Jesús, peregrino sin casa propia, pide a los suyos que abandonen casa, familia y todo. Ellos deben tener en cuenta que el amor celestial les exige mucho. Este amor les roba el tiempo, les exige la entrega del futuro profesional y vital, les quita el dinero del bolsillo y la comodidad de recostarse en la cama. En otras palabras, el cliché del párroco o pastor acomodado, con o sin familia, no es lo que Jesús espera. Ambos serían más bien tipo del burgués sedentario. En cambio los discípulos han de ser nómadas, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob.
(…) Estoy contento de pertenecer a una Iglesia en la que los pastores se casan. Pero no estoy dispuesto a aplaudir la tendencia del pueblo de Dios en marcha a olvidar lo que significa ser forasteros y peregrinos hacia la futura patria, a la vez que brinda por una superficial tranquilidad.
A Jesús le hemos oído otros tonos: los nidos pueden ser buenos para los pájaros y las madrigueras para las zorras; los necesitan para su nidada. Pero el Hijo del Hombre no lo necesita. Ya desde pequeño, con su escaso sentido familiar, lleva a María y a José a la desesperación. Se aparta de ellos tres días, hasta que le encuentran en el Templo, en la casa de su Padre celestial. Pero en vez de disculparse, les regaña. Y un día deja definitivamente su hogar. Los suyos piensan que se ha vuelto loco y le quieren obligar a regresar a casa. Pero él les trata como a extraños. Sin miramientos, como uno que ha puesto la mano en el arado y no debe volver la vista atrás.
Naturalmente, Jesús no tiene nada contra la familia, está a gusto en una boda, ama a los niños, los acoge y bendice. Pero para él la familia no es lo vital ni tampoco la célula germinal de la Iglesia. Por desgracia, esta visión de la familia se ha convertido hoy casi en un dogma y hace ver el celibato bajo una luz siniestra. A menudo me felicitan algunos católicos por que entre nosotros todo sea más natural. Para estos el celibato es la causa de toda clase de fracasos humanos e incluso de perversidades… Ellos se admiran cuando no les aplaudo, sino que les digo: en la problemática sexual corren tanto peligro los pastores célibes como los casados; en muchos casos el casarse no soluciona el problema. Pienso que el problema está en buscar el sentido de la entrega radical (…).
Feliz quien se entrega generosamente en vez de cargar sus alforjas. Bienaventurado quien experimenta en Dios el recogimiento que la familia y el hogar no pueden ofrecer. Bienaventurado quien puede amar sin ambages, pues está claro que tal hombre está enamorado y que su amor está en el cielo.