En las últimas semanas, la Iglesia ha beatificado a cinco sacerdotes mártires del nazismo. Uno de los últimos supervivientes de Dachau, el padre Hermann Scheipers, ha participado en unas Jornadas sobre el totalitarismo, y ha sido entrevistado en el semanario Alfa y Omega (19-05-2011).
Durante cuatro años, de 1941 a 1945, Hermann Scheipers fue un número: el 24.255. Así era reconocido en el campo de concentración nazi de Dachau. Cuando ingresó, con 28 años, ya era sacerdote católico –se había ordenado con 23. Hoy, 66 años después de escapar de aquel infierno, recuerda con dolor y con emoción aquellos años en los que se encontró de frente “con lo mejor y lo peor de lo que el hombre es capaz”.
Cuando Hitler llegó al poder, Scheipers era un estudiante. Sin embargo, siguiendo las advertencias de la Iglesia, intuyó enseguida las intenciones totalitarias del régimen. No acepta, por eso, que se haya acusado al catolicismo de mirar hacia otro lado con el nazismo: “La Iglesia había advertido desde el principio, mucho antes que otros estados, que Hitler perseguía un proyecto totalitario. Pero tenía el deber de defender la libertad de culto, por lo que firmó un concordato con los nazis”.
Precisamente la falta de libertad religiosa fue uno de los motivos que llevó a Pío XI a publicar en 1937 la encíclica Mit Brennender sorge (Con gran preocupación), cuando muchas de las primeras potencias mundiales aún preferían no pronunciarse: “Los que acusan a la Iglesia de colaboración lo hacen para ocultar sus propios desatinos en aquella época”, afirma Scheipers, que fue apresado precisamente durante la persecución que siguió a la publicación de la nota papal.
Ya en el campo de concentración, Scheipers y muchos otros católicos encontraron en su fe las fuerzas necesarias para continuar comportándose como seres humanos. Y lo consiguieron hasta el final: Scheipers recuerda que, cuando ya se estaba desmontando el campo de Dachau –los alemanes emprendían la huida–, las SS pidieron voluntarios para quedarse a atender a un pabellón de moribundos con enfermedades altamente contagiosas. Solo los católicos estuvieron dispuestos. “Fue esa entrega a Cristo por encima de cualquier poder terrenal y hasta de la propia muerte lo que Hitler y Stalin no podían soportar”.
Cuando consiguió escapar de Dachau, después de que su ejecución fuera milagrosamente cancelada, el deseo de servir con su sacerdocio donde más falta hiciera llevó a Scheipers a la Alemania ocupada por la URSS: “mis familiares pusieron el grito en el cielo, pero yo sabía perfectamente dónde me llamaba Dios”.
Fueron años de persecución y de clandestinidad, siempre acosado por el espionaje comunista. “Nos perseguían porque no aceptábamos la supremacía de ningún hombre, ni de Hitler, ni de Stalin, ni la dictadura del proletariado, por encima de Cristo”.
En la sociedad actual, dice Scheipers, “los cristianos seguimos siendo un estorbo para la pretensión de los poderosos de dominar todos los aspectos de la vida en su propio beneficio. Pretenden devaluar al ser humano; y para eso estimulan el individualismo y el relativismo”.