Un canto religioso en la fiesta de la dinastía belga llenó de indignación a algunos políticos del país, incluidos dos ministros. La periodista Mia Doornaert comenta esa y otras reacciones contra la presencia de signos cristianos en la vida pública (De Standaard, Bruselas, 22 diciembre 2000).
Los ministros de Interior y de Defensa (…) han sufrido un ataque de indignación porque en la fiesta de la Dinastía, el 15 de noviembre, se canta un Te Deum. La casa real belga es católica, como la de los Países Bajos es protestante. A los holandeses no parece plantearles problemas.
En Francia, el homenaje fúnebre al ex presidente François Mitterrand, agnóstico y socialista, fue una misa en Notre Dame de París. Todos los personajes de la República estaban presentes; el cuerpo diplomático acudió con sus mejores galas y nadie se escandalizó.
En nuestro país ya se consiguió la victoria en la (justa) lucha contra el clericalismo. No está nada claro por qué dos excelencias quieren desenterrar la vieja hacha de guerra. Sería más provechoso tener una política de asilo adecuada que sustituir el Te Deum por un poco de rap multicultural.
También hemos oído que ya no se puede aceptar que el Vaticano sea un Estado con el que se mantienen relaciones diplomáticas. (…) En las conferencias de las Naciones Unidas, el Vaticano se pronuncia en contra de la contracepción, la educación sexual o el trato igualitario para los homosexuales. «Las consecuencias dramáticas se observan especialmente en los países más pobres -según afirman los preocupados representantes del pueblo-: una explosión incontrolada de la población, cientos de miles de mujeres que mueren a causa de abortos ilegales e inseguros, y millones de personas que se contagian anualmente con el virus del SIDA».
¿Tienen la culpa de todo esto el Papa y el pequeño territorio del Estado del Vaticano? Al parecer, en África, el continente más afectado por el SIDA, los hombres están precisamente esperando la palabra del Gran Hombre Blanco de Roma para utilizar el preservativo. Habría que recordar la falta de voluntad de muchos gobiernos africanos para reconocer el problema. O que todavía en muchas de esas «culturas» los hombres imponen su voluntad a las mujeres y consideran las relaciones sexuales con jóvenes o niñas vírgenes como un remedio contra el SIDA.
Seamos un poco lógicos. Si la gente es tan respetuosa con la palabra de Roma que rechazan cualquier medio anticonceptivo, se puede deducir que serán igualmente estrictos para seguir el resto de esa enseñanza, que predica la monogamia, la pureza extramatrimonial y la fidelidad matrimonial. Es decir, cosas que van más bien en contra de la difusión del virus del SIDA.
(…) En cualquier caso, en esta carrera hacia la Navidad, el influjo del Vaticano no es algo que pueda preocupar ni al anticlerical más exacerbado. Apenas se escucha o se ve algo que pueda recordar la fiesta cristiana, el nacimiento de Cristo.
Por el contrario, en todo el mundo impera Papá Noël, hasta en las zonas tropicales, donde hay gente que con 35 grados y un 90% de humedad se derrite tras unas barbas blancas y un traje rojo. Que en todo el mundo estemos obligados a escuchar Rodolfo el reno es normal, pero un Te Deum laudamus al año es demasiado. Además, en los últimos años hemos visto en toda la Europa occidental la invasión de Halloween. El difuso poder que puede imponer en todo el mundo unas fiestas y símbolos puramente orientados al consumo merece que nos preocupemos por otras cuestiones, más que por el mensaje claro de la Iglesia de Roma.