El deseo sincero de que Turquía sea sitio de diálogo y de convivencia entre los hombres de buena voluntad de cada cultura y religión, y de que se fomente la libertad religiosa como bastión frente al fundamentalismo, fue el eje de la visita oficial y pastoral que el Papa Francisco realizó al país euroasiático entre el 28 y el 30 de noviembre.
En la tierra que fue cuna de san Pablo y que acogió los siete primeros concilios de la Iglesia, el Pontífice recordó a las autoridades turcas que “es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos gocen, tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva, de los mismos derechos y que respeten las mismas obligaciones”, una dinámica que puede favorecer el diálogo interreligioso e intercultural.
Es necesario —señaló, en presencia del presidente Recep Tayyip Erdogan— contraponer, al fanatismo, al fundamentalismo y a las fobias irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad de todos los creyentes.
Por otra parte, en alusión a la grave situación creada en Medio Oriente por el avance de un grupo terrorista que se ha apropiado de los signos del Islam, el Pontífice ha reiterado que “es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre el derecho internacional”, si bien precisó que no se puede confiar la resolución del problema a la mera respuesta militar.
Obligación de denunciar el terrorismo
En un encuentro posterior con Mehmet Gormez, presidente de la Diyanet (la Presidencia para Asuntos Religiosos de Turquía), el Papa recordó que “los dirigentes religiosos tienen la obligación de denunciar las violaciones de la dignidad y los derechos humanos”.
El diálogo entre los líderes religiosos, señaló, tiene la importancia de que envía un “mensaje claro” a las respectivas comunidades de que el respeto mutuo y la amistad son posibles, a pesar de las diferencias. El Pontífice dijo a su interlocutor que, como dirigentes religiosos, “tenemos la obligación de denunciar todas las violaciones de la dignidad y de los derechos humanos”, y que las manifestaciones violentas que se escudan en razones “religiosas” merecen la más enérgica condena.
A tenor de este tema, Francisco aprovechó la ocasión para expresar su aprecio “por todo lo que el pueblo turco, los musulmanes y los cristianos, están haciendo en favor de los cientos de miles de personas que huyen de sus países a causa de los conflictos”. La comunidad internacional, había subrayado previamente, está en la obligación moral de ayudar a Turquía en la atención que está prestando a los desplazados sirios e iraquíes que han huido de sus hogares ante el avance yihadista. Precisamente, antes de regresar a Roma el 30 de noviembre, el Pontífice se encontró con un grupo de niños y jóvenes refugiados sirios, iraquíes, turcos y africanos, acogidos en un centro salesiano, a quienes transmitió su afecto y consuelo en tan difícil situación.
Por otra parte, en un gesto palpable de la cercanía que quiso mostrar a los musulmanes, el Papa visitó, en el segundo día de su estancia en Turquía, la monumental Mezquita Azul, un edificio levantado en el siglo XVII, de gran belleza arquitectónica y relevancia para la comunidad islámica local. Un momento de oración en silencio, y la exhortación papal a su anfitrión, el Gran Muftí, de dar gracias a Dios, fueron el colofón del recorrido.
La Iglesia, dispuesta a un servicio de amor
Un momento de especial significación fue la celebración de la Eucaristía en la Catedral católica del Espíritu Santo, en cuyo altar se preservan las reliquias del papa San Lino (primer sucesor de San Pedro), y que está abierta al culto desde 1846.
Ante la comunidad de fieles, Francisco señaló que “solo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. Cuando somos nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos, provocamos la división; y cuando queremos hacer la unidad según nuestros planes humanos, terminamos implantando la uniformidad y la homogeneidad”.
“Nuestras defensas —añadió— pueden manifestarse en una confianza excesiva en nuestras ideas, nuestras fuerzas, pero así se deriva hacia el pelagianismo; o en una actitud de ambición y vanidad. Estos mecanismos de defensa nos impiden comprender verdaderamente a los demás y estar abiertos a un diálogo sincero con ellos. Pero la Iglesia que surge en Pentecostés recibe en custodia el fuego del Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace arder el corazón; es investida por el viento del Espíritu que no transmite un poder, sino que dispone para un servicio de amor, un lenguaje que todos pueden entender”.
La Eucaristía fue concelebrada por 50 sacerdotes, en presencia de religiosos y religiosas que trabajan en la región y de algunas comunidades parroquiales. Además del vicario apostólico, Mons. Louis Pelâtre, en la celebración estuvieron presentes el Patriarca Ecuménico Bartolomé I; el Patriarca siro-católico Ignazio III Younan; el Vicario Patriarcal armeno-apostólico de Estambul, Aram Ateshian; el Metropolita siro-ortodoxo de Estambul, y representantes de algunas confesiones evangélicas.
El deseo de alcanzar la unidad entre las Iglesias de Roma y de Constantinopla recibió una mayor consolidación con la oración conjunta de Francisco y el Patriarca Bartolomé I en la iglesia de San Jorge, sede del Patriarcado Ecuménico, durante la segunda jornada del Papa en el país euroasiático.
El Pontífice romano pidió al Patriarca ortodoxo que le bendijera a él y a la Iglesia de Roma, y se inclinó ante el sucesor de San Andrés. Ambos oraron por la unidad de las Iglesias de Dios y rezaron el Padrenuestro, en latín y griego, respectivamente.
Bartolomé I, al rememorar las visitas a Estambul de los papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, constató la “voluntad de la Santísima Iglesia de Roma de continuar el firme camino fraternal con nuestra Iglesia Ortodoxa”, y pidió encontrar nuevamente la plena comunión entre ambas comunidades.
Por su parte, el Papa Francisco manifestó su alegría por la gracia de poder “caminar juntos en esta esperanza, sostenidos por la intercesión de los santos hermanos, los apóstoles Andrés y Pedro. Y saber que esta esperanza común no defrauda, porque no se funda en nosotros y nuestras pobres fuerzas, sino en la fidelidad de Dios”.
Unidad basada en la fe común
En el último día de su visita apostólica, coincidente con la fiesta litúrgica del apóstol San Andrés, Francisco y Bartolomé I asistieron a la Divina Liturgia en San Jorge. Allí, el Papa destacó que, coincidentemente, su presencia en Estambul tiene lugar medio siglo después de la promulgación del Decreto del Concilio Vaticano II sobre la búsqueda de la unidad entre todos los cristianos, Unitatis redintegratio, con el que la Iglesia reconoció que las Iglesias ortodoxas “tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún con nosotros con vínculo estrechísimo” (n. 15).
“Para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad —agregó el Pontífice argentino—, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la Iglesia Católica desea, y que yo busco como Obispo de Roma, “la Iglesia que preside en la caridad”, es la comunión con las Iglesias ortodoxas”.
En este espíritu de fraternidad, Francisco y Bartolomé I rubricaron una Declaración Conjunta en la que se dicen resueltos, firme y sinceramente, a “intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos. Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta Internacional que (…) está actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado”.
Asimismo, ambos líderes hicieron un llamamiento a los responsables políticos para que intensifiquen su compromiso con las comunidades que padecen los efectos de la guerra no lejos de las fronteras turcas. “No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante 2.000 años. (…) La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no solo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional”.
Francisco y Bartolomé I coincidieron además en la importancia de promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la amistad, y elevaron su oración por la paz en Ucrania, “un país con una antigua tradición cristiana”, en el que animan a todas las partes implicadas a que continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el fin de poner fin al conflicto.