Una placa al sectarismo en el Congreso

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La decisión de la Mesa del Congreso español de no colocar en el edificio una placa en honor de la religiosa Sor Maravillas de Jesús, dando marcha atrás a un acuerdo anterior, ha motivado abundantes comentarios que critican el sectarismo disfrazado de espíritu laico.

José Luis Restán comenta en Periodista Digital (21-11-2008) la explicación socialista de que esa placa sería incompatible con la aconfesionalidad del Estado.

En la Sala del Congreso de los Estados Unidos, en Washington, se alza la estatua de un fraile mallorquín, el beato Junípero Serra. El edificio que mejor representa la aventura democrática de Norteamérica se honra con la presencia de este franciscano evangelizador de California y nadie siente que con ello haya sufrido la laicidad consagrada por la Constitución. Al contrario, la memoria de hombres y mujeres de diferentes credos en el edificio del Congreso, ilustra perfectamente la idea de que cada uno con su identidad peculiar, puesta en juego en diversas circunstancias históricas, ha contribuido a la grandeza de la nación.

No así en Madrid. La inocente pretensión de que una monja ilustre, Santa Maravillas de Jesús, fuese recordada por una placa en el Congreso, ha suscitado una polémica amarga y patética que nos deja alguna que otra lección. Una serie de lazos históricos y familiares avalaron la idea de recordar a esta carmelita en la sede parlamentaria. Quiso la providencia que naciera en un edificio que hoy está integrado en el complejo de la Carrera de San Jerónimo (¿habrá que cambiar el nombre a la calle?), y resulta que fueron diputados sus abuelos, su padre y su tío, y alguno de ellos llegó a ostentar la presidencia de la Cámara. Resulta además que la monja no fue una monja cualquiera. Con un temple y un empuje singulares puso en marcha una importante reforma dentro de la Orden de las carmelitas descalzas, fundó numerosos monasterios y desplegó una importante labor social. Y por si fuera poco, Juan Pablo II la canonizó en su último e inolvidable viaje a España, en 2003.

Pues con todo y con ello, aceptemos que era discutible poner o no la placa en el Congreso. Se podía argumentar que, habiendo poca tradición de este tipo de símbolos en dicha casa (sólo existen dos placas, una para Alfonso XIII y otra para Clara Campoamor), había que pensar bien quién y por qué sería el tercero. Lo que en ningún momento se podía aducir es que Maravillas no podía estar por tratarse de una monja católica, y contradecir por tanto la aconfesionalidad del Estado.

(…) En primer lugar, la sana laicidad no aconseja (como pretende el PSOE) el vacío de connotaciones religiosas en el espacio público, sino al revés, un espacio que acoja cordialmente la diversidad de identidades culturales y religiosas que han contribuido a forjar la sociedad española. Por otra parte, una placa recordando a Santa Maravillas nunca sería “un símbolo religioso”, sino una memoria civil de que existió una mujer que, a través de su vocación religiosa, emprendió una serie de tareas que han contribuido a plasmar el rostro de la sociedad española. Tiene gracia que el Congreso pueda recordar a un médico, a un monarca, a una sufragista o, llegado el caso, a un domador de circo, pero de ningún modo a una monja.

(…) Y éste es el fondo del problema. Que el incontenible sectarismo de esta generación socialista es incapaz de aceptar que la fe cristiana da forma al compromiso civil de muchos ciudadanos españoles, y que resulta una violencia intolerable (desde el punto de vista moral, pero también jurídico) que se les excluya del ámbito público en cuanto tales. (…)

La madre Maravillas y la Pasionaria

En una carta dirigida a El País (21-11-2008), el historiador Juan Manuel Riesgo Pérez-Dueño, recuerda algunos datos que confirman que la vida de la madre Maravillas trasciende las divisiones políticas.

Mi tía, hija de un comandante médico del Ejército republicano, vive en una residencia fundada por la madre Maravillas, con mayor calidad de vida y mejor precio que otras. Cuando su padre estaba preso de los vencedores al final de la guerra, contrajo una meningitis de la que nunca se recuperó. Uno de sus tíos, capitán de aviación, fue fusilado el 11 de diciembre de 1937 en Asturias; el tercero, como sus hermanos, militar republicano, jefe de la Defensa Antiaérea de Barcelona, compartió exilio en Argentina y Bolivia con el general Vicente Rojo y con Juan Ramón Jiménez en la Universidad de Río-Piedras de Puerto Rico, donde fue profesor de física.

La madre Maravillas fue detenida con su comunidad en el Cerro de los Ángeles y llevada a Getafe, al empezar la Guerra Civil. Después, durante 14 meses estuvo en un piso de la calle de Claudio Coello hasta que pudo trasladarse a Salamanca.

Nunca lo hubiera conseguido sin la protección de Dolores Ibárruri. Pasionaria, admiradora del trabajo y entrega a los humildes de las monjas, con quienes estudió, las salvó.

Sé que esto no gusta ni a la extrema derecha ni a la extrema izquierda, pero que su nombre estuviera en una placa en la pared (mejor exterior) del edificio que fue de la familia de su padre, donde nació, y que hoy forma parte del Parlamento de la nación que su abuelo presidió, sería una forma de reconciliación entre españoles, hoy tan necesaria.

Entre la frivolidad y el sectarismo

Justino Sinova advierte en El Mundo (20-11-2008) que la madre Maravillas ha sido discriminada por ser una religiosa.

Es la última mujer marginada por la España política que presume de racional, justa y plural, y que ha demostrado ser todo lo contrario, o sea, incongruente, injusta y sectaria. Esa mujer ha sido discriminada por haber consagrado su vida a un objetivo religioso. Se trataba de recordar, mediante una placa como hay colocadas en tantas fachadas, que había habitado en un edificio que hoy forma parte de la sede del Congreso; si hubiera sido una actriz distinguida por su agnosticismo o una escritora feminista al uso, ya habría hecho el marmolista su trabajo y se estaría en vísperas de un homenaje en el que se reivindicaría, of course, su figura de mujer para engrosar la nómina políticamente correcta de la igualdad.

Pero era una monja y recordar su figura constituía, según sentenció Alfonso Guerra, “una decisión disparatada y un precedente horroroso”. Ahí es nada: de la gloria vindicativa al disparate y el horror.

Para impedir la placa recordatoria, los protagonistas de la reacción tuvieron que cometer una grave frivolidad antes del espectáculo grosero de sectarismo, pues provocaron una nueva reunión de la Mesa del Congreso para revocar el acuerdo que días antes había adoptado por unanimidad, es decir, con la anuencia de los representantes de los saboteadores. (…) Lo normal es que las decisiones colectivas se aprueben por mayoría, no por unanimidad, y a nadie se le ocurre someterlas a revisión al día siguiente. Pero con la placa de santa Maravillas el Congreso ha permitido la supeditación del normal funcionamiento institucional a un objetivo partidario. (…)

A sor Maravillas se la ha castigado por ser católica en un país que proclama constitucionalmente la libertad religiosa, se la ha relegado en un sistema que tiene el pluralismo como uno de sus principios inspiradores y ha sido proscrita por quienes frecuentemente votan a favor de la mujer por ser mujer. En el caso de la monja no ha importado que fuera mujer. Ha primado el rechazo a su condición de persona religiosa y especialmente su militancia católica. (…) Este caso es un flagrante ataque a la pluralidad, que es una virtud democrática, pero importaba el ostracismo de una persona que se distinguió por su religiosidad, aunque hiciera en su vida por los demás, en especial por los desfavorecidos, mucho más de lo que nunca harán los que la persiguen. Había que evitar, claro, que se estableciera un “precedente horroroso”, y lo que se ha hecho es dejar una muestra patética de las cegueras que causa el fanatismo.

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