Vaticano-China: la falta de libertad religiosa, el mayor problema para establecer relaciones diplomáticas

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Roma. La visita a Italia del presidente chino Jiang Zemin confirmó que la verdadera dificultad en las relaciones entre la República Popular China y la Santa Sede no son las relaciones diplomáticas que el Vaticano mantiene con Taiwán, sino la falta de libertad religiosa en China.

Durante los días que pasó en Italia, del 20 al 24 de marzo, el presidente Jiang no tuvo ningún contacto con representantes de la Santa Sede, contrariamente a la práctica habitual de los jefes de Estado y de gobierno que visitan Roma (una costumbre diplomática a la que también se amoldaron los representantes de la antigua Unión Soviética). Pero, a pesar de la ausencia de contactos, las relaciones entre China y el Vaticano fueron, paradójicamente, uno de los temas de la visita.

Así, en una entrevista periodística, el mandatario chino insistió en que para mejorar las relaciones con China, el Vaticano tenía que cumplir dos condiciones: romper con Taiwán, reconociendo como único gobierno legítimo al de China Popular, y «no interferir en los asuntos internos chinos, tomando como excusa la religión». Se trata de las dos razones que las autoridades chinas vienen repitiendo desde hace decenios.

La Santa Sede se ha mostrado dispuesta a considerar el primer punto. El Secretario de Estado vaticano, cardenal Angelo Sodano, lo dijo explícitamente el pasado 11 de febrero: «La nunciatura en Taiwán es la nunciatura en China, que se trasladó de Pekín después de la revolución. Si fuera posible, si las autoridades chinas lo permitieran, la nunciatura podría volver a Pekín, no mañana sino esta misma tarde». A eso habría que añadir que la nunciatura en Taiwán pasó a rango de simple secretaría en 1972. Queda abierto el problema de cómo se configurarían las relaciones de la Santa Sede con Taiwán, que naturalmente no se romperían pero sí se tendrían que modificar de algún modo.

Las declaraciones del cardenal Sodano provocaron críticas en la prensa de Taiwán, a las que respondió el cardenal Pablo Shan, arzobispo de Kaoshiung (Taiwán), en unas declaraciones a la agencia Fides, dependiente de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: «La diplomacia de la Santa Sede no tiene intereses políticos o ideológicos. La propuesta del cardenal Sodano es expresión de la atención y el amor pastoral a los cristianos de China continental. La atención se dirige a los aspectos religiosos y a la libertad de religión, no a cuestiones económicas, militares o financieras. Desgraciadamente, en la medida en que no se garantice totalmente la libertad religiosa, temo que la Santa Sede no podrá establecer relaciones diplomáticas con Pekín».

El Secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, monseñor Jean-Louis Tauran, respondió al segundo punto suscitado por el presidente Jiang: «No se entiende cómo una relación de naturaleza religiosa, como es la que existe entre los católicos y el Papa, pueda constituir una interferencia en los asuntos internos del país o perjudicar la independencia o soberanía del Estado. Ni cómo la comunidad católica china pueda causar tensiones de orden social o dificultades de tipo político».

En contra de quienes sostienen que el gobierno chino es incapaz de entender la naturaleza no política de la autoridad del Papa, el obispo de Shanghai, Mons. Aloysius Jin Luxian, manifestó a la revista 30 Giorni que «el gobierno sabe bien que el Vaticano no es un Estado como los otros. El Papa es el líder espiritual de todos los católicos del mundo, incluidos los millones de católicos chinos». (Mons. Aloysius Jin Luxian es un obispo «patriótico», reconocido por la autoridad civil, en contraste con los «clandestinos»: una distinción, de todas formas, que no es tan neta como cabría deducir a primera vista. Juan Pablo II pidió a ambas partes que hagan de la reconciliación una prioridad para la Iglesia local).

El verdadero nudo del problema de las relaciones entre la Santa Sede y el gobierno de la República Popular China sigue siendo el control que los aparatos del Partido Comunista y del Estado quieren mantener concretamente sobre la Iglesia católica. En definitiva, es un problema de libertad religiosa. Así se puso de manifiesto también en el coloquio que Jiang sostuvo con el primer ministro italiano, el ex comunista Massimo D’Alema.

Según refirió el Corriere della Sera, uno de los temas del encuentro fue precisamente el derecho del Papa al nombramiento de obispos, que sería parte de esa «interferencia» denunciada por el presidente chino. Relata el diario italiano que D’Alema pidió al jefe de Estado chino que aceptara la propuesta del Vaticano: que la Iglesia local presente a Roma una terna de candidatos, con el visto bueno de la autoridad civil, y de entre ellos el Papa elegiría al obispo. Zemin dijo que los obispos los deberían elegir ellos y el Vaticano ratificarlos, a lo que D’Alema respondió, según el diario, que por derecho divino corresponde a la Iglesia elegir a sus propios obispos. Se trata, cuanto menos, de una mediación diplomática que hubiera sido impensable tan sólo hace unos años.

Diego Contreras

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