En las tres semanas anteriores a las elecciones del 7 de marzo en Irak, ocho cristianos fueron asesinados en diversos ataques en la ciudad de Mosul, al norte de Irak. La violencia se ha ido exacerbando desde 2003, antes de que se celebrasen los primeros comicios. Pero es inevitable pensar en la coyuntura electoral. Así como en la escasa eficacia de la respuesta oficial ante los asesinatos, como ocurre, por otra parte, ante los actos de terrorismo que se producen casi a diario en la propia capital Bagdad.
Benedicto XVI se ha referido al problema en diversas ocasiones. De acuerdo también con la jerarquía local, se intenta evitar el éxodo creciente de cristianos, ante la presión fuerte que supone la islamización del mundo árabe. No es justo que se les convierta, como mucho, en ciudadanos de segunda categoría.
El patriarca siro-católico en Irak, Su Beatitud Mar Ignatius III Joseph Younan, ha enviado una firme protesta al primer ministro Nuri Al-Maliki: acusa a autoridades iraquíes de complicidad con los autores de la masacre de cristianos en el norte: «Mientras le escribimos -afirma-, nuestro corazón sangra por las trágicas noticias que nos llegan cada día desde Mosul, donde los cristianos sufren continuamente ataques de criminales ‘desconocidos’. Son asesinados, masacrados, amenazados en las calles, en las escuelas e incluso en sus casas por el hecho de pertenecer a una religión diferente a la de la mayoría de los habitantes de la ciudad». En Mosul viven entre 15 y 20 mil cristianos.
Y añade con firmeza: «Lo que está sucediendo en Mosul no puede ser justificado ni por nadie, ni por ningún motivo, ni por las elecciones, ni por el trabajo, ni por los conflictos entre partidos (…). Se sabe que los cristianos iraquíes no han buscado nunca el poder, no han atacado a nadie y no se han vengado de los culpables. ¿No ha llegado quizá el momento de que su gobierno, según el Estado de derecho, tome medidas enérgicas y castigue a los criminales y a sus cómplices de Mosul?»
Perseguidos en su propia patria
Por su parte, la Nunciatura Apostólica en Bagdad difundió una nota en la que afirma: “La larga lista de homicidios parece que en Irak no tenga nunca fin. Toda esta destrucción de vidas humanas no puede sino horrorizar”. Se olvida el derecho a la plena ciudadanía de unos cristianos que viven allí desde hace dos mil años, descendientes quizá de Abraham, que partió de Ur, en Caldea; y que son atacados por su fe religiosa o la diversidad étnica. “Como han declarado recientemente los obispos de Mosul -recuerda la nota- los cristianos se sienten como indeseables en su propia patria, en el lugar que les vio nacer”.
A pesar de todo, los pastores animan a los creyentes a resistir la tentación de abandonar el país, tan necesitado de la cooperación de todos para su reconstrucción política y económica. Pero, para esto, “es especialmente necesario que no baje la presión de la opinión pública mundial, para que toda violencia y discriminación tenga fin inmediatamente”. En definitiva, “los cristianos piden poder vivir su vida en tranquilidad y profesar su fe con total seguridad, condición básica de toda civilización”.
En ese contexto, resulta esclarecedora la entrevista que publicó la agencia Fides con el P. Bashar Warda CSsR, Rector del Seminario Caldeo de Ainkawa, localidad cerca de Erbil, al norte de Irak. “La situación es difícil”, dice. “Pero los cristianos iraquíes no pierden la esperanza y se esforzarán por construir el nuevo Irak. (…) Los cristianos, parte integrante de la nación, desean estar presentes y activos en este proceso de crecimiento y de construcción de un futuro civil y democrático”.
Esa contribución -afirma- “se realiza a través de la representación política (tenemos 5 puestos reservados en el parlamento), también a través de la sensibilización y de las obras sociales, con la proclamación de los derechos humanos y de la libertad para todos. Hay algunos candidatos cristianos que se presentan en listas laicas, fuera de las listas políticas: es un buen signo y significa que queremos ser ‘fermento en la masa’”.
El país sigue siendo muy conflictivo, como muestra también la ola terrorista: desequilibrios entre los poderes locales y el poder central, conflictos entre árabes y kurdos, y entre musulmanes chiítas y sunitas. “La comunidad cristiana en Irak ha actuado siempre como puente entre los diferentes grupos y ha trabajado siempre en favor de la reconciliación, gozando del respeto de todos. No hay que dejarse arrastrar por la violencia, sino tratar de conservar la calma en medio de esta difícil situación”, insiste el P. Warda.
Desde luego, no es solución el proyecto de reunir a los cristianos iraquíes en la Llanura de Nínive, como algunos han propuesto. Sería un gueto inaceptable, porque
quieren y deben estar presentes en todo el territorio iraquí para poder cumplir su misión. Significaría ceder al fanatismo y al separatismo. Pero en Mosul más de 870 familias han tenido que escapar a otras localidades.
Ante la situación, cómo no recordar el manifiesto que el escritor Jean d’Ormesson dirigía a los cristianos de Francia el 12 de enero de 2008, y que terminaba con estas palabras:
“Cristianos de Francia, me dirijo a vosotros a instancias de Pax Christi que me ha encargado redactar este manifiesto. Tenéis el deber de aportar vuestro apoyo a los hermanos de Irak. Es preciso que los cristianos de Irak sepan que no están abandonados, que otros cristianos piensan en ellos, rezan por ellos, trabajan por ellos, que no ahorrarán ningún esfuerzo para mejorar su existencia cotidiana y que hay para ellos, en su larga noche, algo que vislumbra, a lo lejos, un fulgor de esperanza”.
Una de estas reacciones fue la modesta manifestación que tuvo lugar en París el primero de marzo en París, en la que la Asociación de ayuda a las minorías de Oriente reunió a unos centenares de personas en la plaza del Trocadéro, para sensibilizar a la opinión ante las violencias que sufre la comunidad cristiana en Irak.