El realizador británico Danny Boyle dirigió en 2002 28 días después, una cinta a caballo entre la ciencia-ficción y el terror que contaba la lucha de un puñado de hombres contra una terrible epidemia del virus de la rabia que se desencadena en Londres. Con un ajustado presupuesto de 15 millones de dólares, Boyle consiguió un más que correcto producto de género y un relativo éxito de crítica y taquilla. Tanto como para pensar en la secuela, que quiso encargar a un director joven y preferiblemente no británico. Boyle eligió al español Juan Carlos Fresnadillo (Intacto), que además de dirigir, es el coautor del guión con Enrique López Lavigne (El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo).
Para no quitar méritos hay que decir que el español ha conseguido con 28 semanas después un buen éxito en la taquilla norteamericana (la película lleva más de 30 millones de dólares recaudados, a pesar de competir con Spider-Man 3, entre otras). Además, Fresnadillo no le ha tenido miedo al tamaño de la película, ha rodado con soltura las escenas de acción -algunas impactantes- y ha impreso un ritmo ágil con un montaje mucho más apoyado en la música, tanto que a veces cae un poco en el videoclip.
Dicho esto, esta secuela es mucho más floja que la original. Si 28 días después contaba, a partir de una anécdota simplicísima, una historia sobre la supervivencia, desarrollando personajes, alguna trama secundaria e incluso un par de reflexiones interesantes, esta segunda parte, que cuenta en definitiva un rebrote del virus en pleno proceso de reconstrucción de la ciudad de Londres, se precipita por la trillada senda del gore. No hay historia, o peor, la historia se liquida con un par de diálogos de primaria. El resto son persecuciones, muertes, gritos y sustos.
Dice Boyle que suprimió de 28 días después la escena que más le gustaba: un ataque final y dantesco de veinte infectados. La escena era brutal y a Boyle le pareció excesiva. En esto no parece haberle seguido el realizador español, que ha cargado la mano en el elemento terrorífico y sangriento de la trama con una violencia que se hace a ratos sencillamente insoportable.
De todas formas, para los que tengan estómago, habrá más. Fresnadillo lo deja claro en la última escena. Conmigo que no cuenten.