El historiador griego Heródoto cuenta en su libro de «Historias» cómo el ejército persa del gran rey Jerjes desembarcó con ánimo de conquistar Grecia, y cómo Leónidas, rey de Esparta, defendió el desfiladero de las Termópilas con tan solo 300 hombres. El sacrificio de aquellos hombres se ha convertido en un símbolo que perdura desde hace 2.500 años. En 1962 Rudolph Maté realizó un «peplum» de calidad llamado «El león de Esparta», que traducía con bastante fidelidad aquellos hechos.
Hace ocho años Frank Miller publicó «300», un cómic que narraba su versión de los hechos. La idea arrancaba directamente de la película de Maté, que -según ha declarado Miller- le impresionó de niño.
La película «300» es, literalmente, el cómic de Miller («Sin City») en movimiento, con muy pocas diferencias -básicamente todo lo que se refiere a la esposa de Leónidas-, de ahí que coincidan en cualidades y en defectos. Las primeras son la fuerza y la expresividad de las imágenes que se han traducido a la perfección gracias a los prodigios de la técnica.
Por otra parte, el espectador que no conozca el cómic notará que la narración avanza a saltos, como las viñetas, y que los personajes no tienen alma. Son un conjunto de atletas que exhiben sus músculos -el vestuario griego se reduce a un taparrabos y una capa roja-, matan y mueren; la decisión de animar el libro «300» literalmente paga ese precio. Hay un sector del público a quien la cinta tal y como está le satisfará plenamente; a otro le dejará frío, a pesar de admirar la realización. Vale la pena advertir que durante más de una hora la película es una masacre al estilo de Sam Peckinpah. Hay un par de pasajes eróticos que no figuran en el cómic.
Fernando Gil-Delgado