El director chino Chen Kaige (Tierra amarilla, El rey de los niños) amontona galardones con su último film; entre otros, la Palma de Oro en Cannes y las candidaturas a los Oscars a la mejor película en habla no inglesa y a la mejor fotografía. Se trata de una obra plenamente oriental, más hermética que las de su compatriota Zhang Yimou. El relato -basado en la novela homónima de Lilian Lee- transcurre en China entre 1924 y 1977. En ese tiempo se desarrolla la carrera artística de Dieyi (Leslie Cheung) y Xiaolou (Zhang Fengyi), dos estrellas de la ópera china que vivirán momentos decisivos de la historia de su país: partición de China entre los Señores de la Guerra, ocupación japonesa, victoria comunista, revolución cultural.
En la ópera china existe la tradición de que sus personajes sean representados por hombres, incluso los femeninos. En ese aspecto, Dieyi, siendo aún niño, no soporta estar encasillado en papeles de mujer y se muestra especialmente terco a la hora de afirmar su virilidad. Sin embargo, transcurridos los años se ve que ha surgido una relación afectiva muy especial entre Dieyi y Xiaolou. Ambos representan Adiós a mi concubina, una ópera china en la que una concubina se corta el cuello ante su rey cuando se anuncia la derrota de los ejércitos de éste. Es una tragedia compleja, con personajes y relaciones también enmarañadas. Dieyi, ante una realidad que le supera, se refugia en su papel operístico de concubina, desarrollando una obsesiva tendencia homosexual. Esta obsesión explotará cuando Xiaolou se case con Juxian (Gong Li), una inteligente prostituta, verdadera femme fatale. Xiaolou es más sensato que Dieyi, pero no sabe cómo ayudar a su atormentado amigo y a la vez atender a Juxian. Ésta, por su parte, querría apartar a su marido de la que estima mala influencia de Dieyi.
Kaige aborda el tema del determinismo que pueden provocar las circunstancias sociales. Los hechos que se suceden -aprendizaje brutal, encarnación de papeles femeninos por hombres, la irrupción de una mujer, la represión de la revolución cultural- podían ser invocados como excusas plausibles del comportamiento de los personajes. Pero Kaige dice a través de Dieyi que eso sólo explica en parte las acciones de las personas, ya que cada cual se labra su propio destino a través de pequeños pasos en una determinada dirección.
El director desarrolla su historia con una puesta en escena parsimoniosa pero fascinante, explotando las posibilidades de colorido, gestualidad y sonidos que le ofrece la ópera china, mostrada a través de la deslumbrante fotografía de Gu Changwei. Se juega maravillosamente con luces, sombras y reflejos, o se dan buenas soluciones visuales. Una muy efectiva es la discusión que tienen los miembros de la compañía acerca de las nuevas ideas sobre la ópera venidas con el dominio comunista; en ella se aprovechan las transparencias que han de servir de fondo a una representación. Es valiente Kaige al criticar el ahogo de la cultura que trajo consigo Mao.
José María Aresté