James Gregory era un típico «afrikaner» blanco, criado en una granja del Transkei. Allí aprendió a hablar xhosa, la lengua de la principal etnia sudafricana. En 1968 se recrudece el régimen racista del «apartheid», impuesto por el Partido Nacional. Y Gregory es destinado entonces como suboficial de prisiones a la tristemente famosa Robben Island, frente a Ciudad del Cabo, donde son encarcelados los dirigentes del ilegalizado Congreso Nacional Africano (CNA), incluido Nelson Mandela. La misión de Gregory es vigilar y espiar a estos presos cualificados, e informar sobre ellos al Ministerio de Información de Pretoria. Pero su relación con Mandela a lo largo de 27 años llevará a Gregory a cuestionarse sus propias ideas racistas e incluso a ayudar al líder africano. Lo que le enfrentará con su mujer, sus dos hijos y los demás carceleros.
Al igual que otras películas sobre la historia reciente de Sudáfrica, «Adiós, Bafana» pasa de puntillas por el recurso del CNA a la violencia. Y, como también les sucede a muchas de ellas, a su guión le falta un hervor dramático y a su puesta en escena un destello visual; de modo que la película, aunque interesante, resulta un tanto previsible y académica. De todas formas, el danés Bille August («Pelle, el conquistador», «Los miserables») disimula en gran medida esos defectos con un grato tono conciliador y una nítida apología del arrepentimiento y el perdón, también muy atractiva. Este tono positivo alivia además la dureza de algunas situaciones carcelarias y fortalece la evolución dramática de los personajes, todos ellos muy bien perfilados e interpretados. También cabe elogiar el estilo realista del filme, reforzado por las numerosas localizaciones auténticas en que se ha rodado.
Jerónimo José Martín