Director y guionista: Paul Schrader. Intérpretes: Nick Nolte, James Coburn, Sissy Spacek, Willem Dafoe. 114 min. Adultos.
El título no engaña. Aflicción es una película triste. Muy triste en realidad. Su protagonista, Wade Whitehouse, es un patético divorciado cincuentón, con un precario empleo como ayudante de sheriff. Tiene consigo unos días a su hijita -la custodia corresponde a su ex esposa- que espera disfrute de la estancia en su pueblo. No es así. La deja sola mientras toma un trago con unos amigos que no lo son, que le ofrecen un canuto. La niña, sola, llama a su madre para que venga a buscarla. Lo que se prometía feliz, sale mal. Una vez más.
Paul Schrader, siguiendo la estela de otros títulos suyos como director o guionista (Taxi Driver, Toro Salvaje, American Gigolo), pone imágenes a la crónica de un fracaso. Lo hace adaptando una novela de Russell Banks -autor en que se basa el espléndido film El dulce porvenir de Atom Egoyan-, que deja poco lugar a la esperanza. La escasa luz que se ofrece al protagonista -la investigación de una muerte violenta, que podría darle una satisfacción profesional- se revela estéril, pura quimera. A lo largo del relato, Schrader ofrece breves fogonazos en forma de flash-backs, que describen el duro entorno familiar de su infancia, por culpa de un padre violento y borracho, que todavía vive. Las visitas a su progenitor demuestran que, a pesar del esfuerzo que pone, las cosas no han cambiado mucho, a no ser por el deterioro físico debido a los años transcurridos. La vida afectiva de Wade no es mucho mejor: si no logra el amor total de su hija, ni explicarse a su hermano en largas conferencias telefónicas, tampoco sabe apreciar bien el cariño que le ofrece una compasiva camarera.
Un film tan centrado en un personaje necesitaba un actor que diera la talla. Nick Nolte, algo perdido en sus últimos trabajos, está perfecto. Aflicción, con una fuerza amarga como la hiel, hace preguntarse al espectador por qué todo sale mal, por qué la familia (padres y hermanos) no te entiende, por qué la religión parece no ofrecer respuestas, por qué las ilusiones duran poco, por qué se nos arrebata aquello que queremos más. Un enorme silencio, tan extenso y mudo como los desnudos parajes nevados donde transcurre la historia, es la única respuesta que da este film desgarrador, ahíto de lo que alguien llamó «violencia psicológica».
José María Aresté