Carter Chambers (Freeman), mecánico y gran lector, felizmente casado, se encuentra compartiendo habitación de hospital con el egoísta e insoportable multimillonario Edward Cole (Nicholson), propietario del hospital y de otras muchas cosas. Ambos tienen cáncer y ambos reciben el mismo diagnóstico: les queda un año de vida. Ante la sentencia, Edward decide poner en práctica una idea de Carter: escribir una lista de “cosas que hacer antes de morir”, y realizarla.
No es la primera vez que ser lleva a la pantalla esta idea: sin ir más lejos, Isabel Coixet hace algo similar en Mi vida sin mí. Pero donde Coixet es realista hasta la crueldad, el veterano actor y director Rob Reiner (La princesa prometida, Algunos hombres buenos, Misery) hace una fantasía agradable, con envoltorio de comedia, para transmitir un mensaje bienintencionado, con lo que eso tiene de bueno y de malo. De bueno porque la comedia y la sonrisa permiten abordar cualquier tema; de malo porque si es imposible de creer y el espectador no entra, el mensaje no llega a puerto.
Por una parte, es imposible que esos dos hombres se encuentren en una habitación de hospital, es imposible que se lleguen a hablar, es imposible que se hagan amigos, es imposible que emprendan un viaje a Europa, Egipto, el Himalaya, el Taj Mahal, etc. En su condición, es imposible que Cole gaste una fortuna para alegrar a un desconocido y es imposible que cambie de actitud.
Pero Reiner (Nueva York, 1947) tiene oficio y los dos actores protagonistas son magníficos, de modo que se puede dar por válida la situación y disfrutar del enfrentamiento. Una visión plana, materialista y egoísta del mundo o una visión trascendente -“se llama fe”, dice Freeman- que te lleva a hacer felices a los demás. El narrador, Freeman, no dice “Edward Cole fue un maldito egoísta”, sino “murió con el corazón abierto a los demás”.
Poco más que un telefilme caro (ha costado unos increíbles 45 millones de dólares), no demasiado profundo, pero generoso y positivo