Ben Affleck vuelve a demostrar su solvencia como director y su acierto para escoger historias. Como es habitual en sus proyectos, Affleck dirige, escribe e interpreta, y además lo hace con amigos. En esta ocasión, coescribe con Matt Damon, con quien también cuenta para el papel protagonista.
Air se sitúa en 1984 y relata la génesis del acuerdo entre la joven promesa del baloncesto Michael Jordan y el fabricante de indumentaria deportiva Nike, cuando la empresa atravesaba una crisis que la situaba, en cuota de mercado, muy por detrás de Adidas y Converse.
Air es más una película sobre negocios que una película deportiva; pertenece a ese subgénero de historias sobre liderazgo como The Company Men (John Wells, 2010), Steve Jobs (Danny Boyle, 2017) o La red social. (David Fincher, 2010). Sin duda, la cinta dará juego en la docencia de las Escuelas de Negocios, porque se trata de un caso empresarial de libro que habla de estrategia, trabajo en equipo, negociación, toma de decisiones, producto, etc. De hecho, el guion se apoya en interludios con citas de los 10 principios de Nike como “nuestro negocio es el cambio” o “estamos a la ofensiva”.
Affleck maneja los planos con seguridad e introduce al espectador en el contexto de los ochenta con un auténtico despliegue de cortes publicitarios, videos musicales, marcas, productos y videojuegos que eran los hits del momento. En la misma línea, se apoya en la música con una notable selección de temas ochenteros que resultará evocadora para muchos espectadores. El diseño de vestuario, a cargo de Charlese Antoinette Jones, suma también a ese contenido nostálgico con guiños de humor; es divertido ver a Affleck como Phil Knight, el fundador de Nike, enfundado en los chirriantes looks de aquellos años. Por su parte, Matt Damon da vida a Sonny Vaccaro, el gurú del baloncesto de Nike, verdadero artífice del caso Jordan. Es una delicia ver a Damon en escena, al igual que a Viola Davis interpretando a la señora Jordan, una pertinaz madre capaz de cambiar las reglas de juego del negocio.
Quizá la única decisión discutible sea la forma en la que se omite la representación de Jordan en la película. Ningún actor encarna al deportista: su figura solo aparece de espaldas en unas pocas escenas. Es sin duda una opción defendible, pero se echa en falta ver algo de baloncesto en una película sobre uno de los jugadores más míticos de la historia.