Nora Ephron ya mostró su calidad como guionista en Silkwood, Se acabó el pastel y Cuando Harry encontró a Sally. Ahora vuelve a confirmarla en esta sencilla tragicomedia romántica -su segunda película como directora, tras ¿Qué le pasa a mamá?-, que se ha convertido en el éxito sorpresa de la temporada en Estados Unidos.
El protagonista es Sam (Tom Hanks), un joven arquitecto de Seattle al que se le hunde el mundo cuando muere su mujer. Una Nochebuena, Jonah (Ross Malinger), su hijo de 8 años, le intenta ayudar llamando al popular programa radiofónico de una famosa psicóloga. El patético SOS de Jonah pidiendo una esposa para su padre conmoverá profundamente a miles de mujeres de todo Estados Unidos. Entre ellas se encuentra Annie (Meg Ryan), una inquieta y algo desequilibrada periodista de Baltimore, que está a punto de casarse con Walter (Bill Pullman), un buen hombre, aunque algo anodino. La desorientada Annie descubrirá que existen todavía la magia y el romanticismo en eso del amor.
El trabajo de Nora Ephron tras la cámara es bueno, pero lo es mucho más su modo de concebir la historia. Su compensado guión permite que brillen con luz propia todas las interpretaciones, especialmente las de Tom Hanks y Meg Ryan. A esto se une el papel dramático que cumplen la sensacional fotografía de Sven Nykvist, la banda sonora de Marc Shaiman y una pensadísima selección de canciones románticas. Ephron consigue así una película intensa, tierna e irónica, clásica y actual a la vez, poblada de unos personajes muy entrañables.
Lo suyo viene a ser como una sentida y nostálgica reivindicación del romanticismo de los grandes melodramas de la edad de oro de Hollywood, sobre todo de dos: Tú y yo (Love Affair), de Leo McCarey, y El noviazgo del padre de Eddie (The Courtship of Eddie’s Father), de Vicente Minelli. Pero este enfoque melodramático se aligera con numerosos golpes de humor que surgen del contraste de ese honesto idealismo con la cínica y desencantada visión moderna de las relaciones humanas. En estos chispeantes retazos de modernidad -que incluyen muchos diálogos subidos de tono-, Nora Ephron se acerca al estilo desgarrado de sus anteriores guiones. Pero no se deja llevar por él. Esta vez hace unas cuantas reflexiones interesantes sobre el matrimonio, la educación de los hijos, el trabajo, la cultura audiovisual, el feminismo… No todas sus ideas son plausibles, desde luego; entre otras cosas, acepta el agnosticismo y cierta permisividad en materia sexual y educativa. Pero su mirada a estos temas, siempre sincera, no es apologética, sino más bien perpleja.
Frente a la solidez de fundamentos de las mejores comedias clásicas, ésta sólo aporta la credibilidad y el atractivo de las incertidumbres amablemente reconocidas. Pero es más enriquecedora que perjudicial la nostalgia de convicciones firmes que muestra esta película; una nostalgia que empieza a ser moneda corriente en el último cine norteamericano y europeo.