Director: André Téchiné. Guión: André Téchiné y Gilles Taurand, con la colaboración de Olivier Assayas. Intérpretes: Juliette Binoche, Alexis Loret, Carmen Maura, Mathieu Amalric. 120 min. Adultos.
En este film, André Téchiné (Mi estación preferida, Los juncos salvajes, Los ladrones) parece aunar sus recurrentes preocupaciones. Martin vive con su madre soltera, peluquera de pueblo, que le maleduca; al llegar a la edad escolar, le envía a otro pueblo a vivir con su padre, casado, rico, con tres hijos mayores que Martin. Allí encuentra a un padre despótico, que todos en familia soportan, e influye negativamente en todos. Pasan los años, y un hijo se marcha en su mayoría de edad; al querer imitarle, Martin se pelea con su padre, que cae por las escaleras y muere. Martin huye.
La película se despliega en una larga sucesión de episodios centrados en Martin, que muestran su atormentado mundo interior, insolidario, su timidez y sus miedos. En París se reúne con su hermano, encuentra un buen trabajo, conoce a Alice, una joven música, se enamoran… Por primera vez descubre el amor; parece que la vida le sonríe, pero, al saber que va a ser padre, resurge en su conciencia adormecida la torturante culpa.
Tras un riquísimo despliegue de situaciones humanas, de diálogos penetrantes, el guionista Gilles Taurand y André Téchiné desembocan en el punto crucial: asumir o no la responsabilidad de los propios actos; en este caso, del parricidio que podía seguir disimulado como un accidente. Pero Martin sabe que no lo es. Es el amor de Alice el que le ayuda a no desesperar, y el que le da fortaleza para confesar su culpa ante la Justicia.
Si es grande la temática tratada, no es pequeña la maestría de todo el equipo, actores y técnicos. Hay, sin embargo, una seria insuficiencia: ¿cómo es que Martin, miembro de familias católicas, ante la culpa, reacciona sólo con su conciencia natural y su solidaridad social sin una referencia a Dios? ¿Cómo es que no hay ni rastro de fe, de conciencia de pecado? No hay ni siquiera un rechazo de la fe católica. Como si no existiera. Tampoco parece conocerse la moral católica, ni el matrimonio sacramento, ni la vida eterna del alma…
¿Tanta es la ignorancia, o el descuido, que no se ha sabido tratar el cristianismo ni como realidad histórica? Mejor hubiera sido situar la acción en el siglo V, el de Sófocles, antes de Cristo.
Pedro Antonio Urbina