Años 60. Ha muerto Bumpy Johnson, un gangster negro del Harlem neoyorquino. Le sucede Frank Lucas, que construye un imperio del narcotráfico: compra heroína sin intermediarios en el sudeste asiático, y la introduce en Estados Unidos usando los transportes militares de la guerra de Vietnam; incluso se coloca en posición de dominio frente a la mafia italiana. Entretanto Richie Roberts, duro e íntegro policía, trabaja en la calle y estudia Derecho. Su vida familiar presenta un cuadro desastroso, pero en el trabajo es concienzudo, y no cede a corruptos trapicheos. Al incorporarse a la unidad antidroga, los caminos de ambos hombres se cruzan.
Intenso film de Ridley Scott con guión de Steven Zaillian, dos pesos pesados en sus campos de dirección y escritura de libretos. Quizá lo único que quepa decir en su contra es que todo suena a sabido. Basado en hechos reales, plasma con tino la trayectoria de los antagonistas, no tan distintos. La idea, al estilo de Heat, es trazar paralelismos, pues los dos manejan un código de conducta; y señalar que Richie no es perfecto -es demoledora la vista judicial, en que la ex esposa le acusa de usar su ética profesional como coartada del descuido del hogar-, mientras que la frialdad asesina de Frank -mata sin piedad, y destroza vidas con la droga- convive con la atención a su clan y el “orgullo negro”. Resulta fácil mencionar referencias. Richie recuerda a Serpico, al moverse entre la corrupción policial, y se cita French Connection; mientras que la actitud glacial de Frank retrotrae al Michael Corleone de El padrino. Dominan la función interpretativa Russell Crowe y Denzel Washington, pero justo es señalar que hay múltiples personajes, matones, policías, familia, bien perfilados por guión y reparto.
Una trama como ésta es difícil que no sea sórdida y violenta. Hay momentos brutales, aunque Scott juegue con el fuera de campo; y resultan desagradables, por degradantes, las escenas del lugar en que se prepara la droga, con las mujeres obligadas a trabajar desnudas, para que no sustraigan mercancía.
El director, conocido por la factura visual de sus filmes, tiene unas buenas ideas, como los levísimos copos de nieve que flotan en el aire en varias escenas, refuerzo del tema de esa otra “nieve” llamada heroína.