Si algo no se le puede reprochar al director francés Luc Besson es que se haya subido al tren en marcha del empoderamiento femenino en el sentido más físico, de artes marciales, que aparece hoy en muchas películas. Ya en Nikita (1990), una joven de 19 años se convertía en agente, en “arma mortífera”, que se podía deshacer de sus enemigos tanto a tiros como a mamporros. Lo repitió –envuelto en ciencia-ficción– en Lucy (2014) y ahora lo vuelve a hacer en Anna. También su nueva heroína va dejando un reguero de sangre y huesos rotos a base de tiros y porrazos.
La historia de recontraespionaje de la joven que se convierte en modelo para poder ser espía (o viceversa) es tan poco creíble que el guionista-director ha de recurrir a flashbacks al más puro estilo La casa de papel para “explicar” los inverosímiles giros de guion. La debutante Sasha Luss hace lo que hicieron sus predecesoras; y la veterana Helen Mirren consigue que el espectador no sepa si está realizando una parodia de la estereotipada oficial del KGB o si se toma en serio su personaje.