Andy y Hank son dos hermanos con problemas económicos y afectivos. En tal tesitura, el primero propone al segundo robar la joyería de sus padres. Éstos no saldrán perjudicados, pues el seguro cubrirá todo. Lógicamente, pretenden que todo transcurra sin violencia. Pero Hank, encargado de ejecutar el atraco, no se atreve a hacerlo personalmente, y recurre a un tercero, que acude a la joyería armado.
El título alude a una frase hecha, que completa dice “media hora en el paraíso… antes de que el diablo sepa que estás muerto”. Y justo se recoge ese espacio de tiempo infernal, en que el paraíso de los problemas superados no se da en absoluto. El guión que dirige el veterano Sidney Lumet -83 años, 50 haciendo películas, ésta hace su título 44-, escrito por el novato Kelly Masterson, presenta una perspectiva desesperanzada y fatalista, de personajes encerrados en una ratonera.
La estructura narrativa deconstruida, con los puntos de vista de distintos personajes -los dos hermanos y el padre- se revela eficaz, también por la vigorosa realización de Lumet, de hechuras clásicas. Resulta impactante así la escena del atraco. Pero además hay personajes sólidos, con sus dramas atrapados con crudeza, porque los personajes carecen de asideros a que agarrarse: los hermanos han soltado amarras de las cosas que importan -sus respectivas familias- para encadenarse a adicciones y relaciones destructivas.
La película es coherente con la filmografía de Lumet, por ejemplo con Tarde de perros, y coincide con un revival del cine de los años setenta; de este período se hereda, además de ciertas temáticas y el escenario urbano (la amada Nueva York de Lumet), la violencia seca, el intenso dramatismo de las situaciones y ciertas concesiones gruesas y gratuitas al sexo (la escena de arranque y otras), que parecían superadas en el cine reciente.
Están muy bien los actores: Philip Seymour Hoffman, Ethan Hawke y Albert Finney, pues dominan los hombres sobre las mujeres, aunque Marisa Tomei y Rosemary Harris tengan un par de escenas de lucimiento.