Del fallecido director georgiano Zaza Urushazde, al que debemos la gran película Mandarinas, nos llega póstumamente esta historia inspirada en la experiencia familiar del guionista, Dale Eisler. La película nos sitúa en la Ucrania de 1918, cuando la Gran Guerra ha dado paso a la revolución bolchevique.
El protagonista es Antón (Nikita Shlanchak), que es un niño cristiano alemán emigrante que vive junto a su familia cerca del puerto de Odessa, donde hay una colonia de alemanes que llegaron a Rusia antes de la guerra buscando una vida próspera. Yasha (Mykyta Dziad) es un niño, judío ucraniano, vecino de Antón y su mejor amigo. Viven sus diferencias de forma desproblematizada y ambos comparten su creencia en un cielo donde se encontrarán con sus seres queridos muertos durante la guerra. Por ello pasan mucho tiempo mirando las nubes. Pero el destino les va a hacer testigos de una historia brutal y cruel, que ellos van a vivir desde su mirada pura e inocente. Como afirma el director: “La amistad de la infancia sirve como un escudo contra la violencia y el odio que les rodea”.
La película tiene, además del realismo de la historia, muchos elementos metafóricos. Contada en clave de flashback, nos habla de la amistad entre un judío y un alemán, una amistad que atravesó dos guerras, en la segunda de las cuales la vida les situó en bandos opuestos. Pero la cinta se centra en la persecución comunista, a la que se oponen las familias de ambos. La llegada de Trotski al pueblo va a movilizar la resistencia, liderada por Friedrich, sacerdote y tío de Antón, que recuerda a los sacerdotes que cogieron las armas en la guerra cristera o al protagonista de El poder y la gloria de Graham Greene.