Ante una película como Appaloosa puede uno enzarzarse en el eterno debate de si el western es o no un género muerto. Ante la evidencia de que, aunque con cuentagotas, se siguen haciendo buenas películas de vaqueros (Open Range, El asesinato de Jesse James o El tren de las 3:10 son sólo algunos ejemplos recientes) habrá quien responda, también con razón, que la calidad de estos filmes no se corresponde con los resultados en taquilla. En definitiva, ante una historia como Appaloosa puede uno atrincherarse en lecciones sobre teoría del cine, pero puede también olvidarse de ellas y disfrutar de una pequeña joya que, sin excesivas pretensiones, me parece una de las mejores películas de los últimos meses.
A sus 57 años, Ed Harris vuelve a colocarse detrás de las cámaras -ya lo hizo en Pollock– para rodar un film que en ningún momento quiere ser original. Al contrario, se gloría de copiar a los clásicos; o mejor a “el clásico”, porque Appaloosa entronca directamente con el cine de John Ford, aquel hombre que hacía películas del Oeste.
Harris demuestra -como demostró Ford en La diligencia o en El hombre que mató a Liberty Valance, referencia obligada- que, para rodar un buen western, bastan tres o cuatro personajes bien construidos, unas réplicas ajustadamente escritas y un par de persecuciones y duelos correctamente rodados.
Con estos mimbres que se usaron para fabricar los mejores westerns construye Harris Appaloosa a partir de una novela de Robert B. Parker: la historia de una sólida amistad entre dos rudos vaqueros, su enemistad con el malo del lugar (Irons) y una mujer interpuesta (Zellweger). Esta aparentemente simple narración está enriquecida por unas interpretaciones maravillosas que sacan el máximo partido a unos personajes ya de por sí muy jugosos. Hay diálogos deliciosos (y en algunos momentos muy divertidos) y un ritmo sosegado -de cierto declive contenido- que no cansa en ningún momento.
¿Y no tiene fallos Appaloosa? Por supuesto, habrá quien eche de menos un montaje más efectista (que cambio por cualquiera de las líneas de diálogo), quien espere más peleas, aquel a quien moleste la deliberada sencillez del planteamiento o quien piense que en un western los malos tienen que ser más malos y los buenos más buenos (quizás es la única concesión a la “modernidad” que hace este clásico western). En cualquier caso, son defectos menores que no impiden que Appaloosa, sin ser una obra maestra, nos dé pistas de por qué a nuestros abuelos les gustaban tanto las películas del Oeste.