El inclasificable y singular cineasta canadiense Atom Egoyan, autor de títulos como El dulce porvenir o El viaje de Felicia, estrena Ararat, su película probablemente más personal. Aborda en ella el destino que sufrieron los cristianos armenios a manos de los turcos durante la I Guerra Mundial. Egipcia de origen armenio, la familia de Atom Egoyan emigró a Canadá por la persecución que la dictadura de Nasser desató sobre los armenios en Egipto. En Ararat, Egoyan aprovecha para depurar la memoria histórica y proponer un juicio de fondo más universal.
En el film hay varias tramas y cronologías, que enmarañan la historia, pero también la hacen más incisiva. Su punto en común es un agente de aduanas católico (Christopher Plummer), que vive con sufrimiento la homosexualidad de su hijo. El último día de trabajo antes de jubilarse registra en el aeropuerto a Raffi, un joven que viaja con unas misteriosas latas de presunto celuloide. En el interrogatorio, Raffi le explica que es un armenio que trabaja en una película sobre el genocidio de su pueblo. A medida que le va contando cosas, el agente va profundizando en su propia manera de mirar a su hijo.
La película da pocas respuestas y plantea muchas preguntas. ¿Es posible la reconciliación sin saber la verdad? ¿Sirven el odio y el terrorismo para hacer justicia a un pueblo sufriente? ¿Es el suicidio la mejor manera de huir de los propios fantasmas? La posición de Egoyan no es teórica, sino que está encarnada en personas que purifican su corazón. En este sentido, destacan las presencias abrumadoras de Charles Aznavour y de la esposa de Egoyan, la libanesa Arsinée Khanjian, que actúa en todas sus películas. Por su parte, la imagen de la Virgen, muy presente en todo momento, habla de la esperanza de un pueblo que sucumbió al poder de los más fuertes. Queda así un film muy inteligente y con una banda sonora de lujo, que incluye imágenes muy duras.
Juan Orellana