Año 2154. El paralítico ex marine Jake Sully es requerido para una expedición al planeta Pandora, en sustitución de su fallecido hermano gemelo. Su coincidencia genética le hace ideal para usar el avatar fraterno, cuerpo híbrido de hombre y na’vi -los nativos de Pandora-, desarrollado por biotecnología para ser controlado con la mente. Así podrá tratar amistosamente a los na’vi, que viven en un estado primitivo de perfecta comunión con la naturaleza.
Doce años ha estado desaparecido de la ficción cinematográfica James Cameron. La espera ha merecido la pena. Avatar responde a las expectativas de “muestra ejemplar del cine del futuro”, innovador en el uso de los efectos visuales, con un fotorrealismo nunca visto antes, y del 3D. Criaturas fantásticas, los na’vi, el amplio lienzo de la pantalla, robots y naves especiales, todo es prodigioso y parece “de verdad”, bien acoplado a los movimientos de cámara.
Pero además, Cameron, guionista y director, ha prestado atención a la trepidante historia, a la que sabe insuflar aires épicos de gran aventura, y los personajes son interesantes. Sus muchas referencias a otras películas, propias y ajenas, no son simples guiños para iniciados: sirven para crear una trama inteligente y original, que sigue el clásico esquema del viaje del héroe que debe cumplir una misión, infiltrándose entre los na’vi, pero que ha de cuestionarse sus acciones y pensar qué es lo correcto. Entre medias hay lugar para una historia romántica (con una breve escena de sexo) y sugerentes planteamientos -dentro de su asumida condición mítica, que quizá alguien ligará exageradamente a la New Age- sobre la ambición, la ecología, la religión y la ciencia.
Evidentemente se evoca las conquistas de lugares primitivos idílicos -Utopía o el paraíso terrenal-, donde un orden perfecto es trastocado por “el hombre blanco”.