Esta película se parece, para bien, a Esa cosa llamada amor, de Peter Bogdanovich. Primero, en su calidad artística; y, sobre todo, en la riqueza de su contenido. En el film de Bogdanovich, el personaje interpretado por Sandra Bullock decía: «El amor sólo tiene un camino, y el sexo a veces no es más que un obstáculo». Beautiful Girls abunda en esta idea, haciendo una crítica muy inteligente al inmaduro hedonismo sin restricciones ni compromisos de tantos jóvenes terminales -perdidos en esa edad en que suele hacerse ya balance de los sueños no conseguidos-, que han separado el sexo de la paternidad y del amor auténtico.
Con una estructura similar a American Graffiti (1973), de George Lucas, o a Diner (1982), de Barry Levinson, Beautiful Girls describe el desconcierto amoroso de un grupo de viejos amigos, todos ellos treintañeros, que coinciden en Knight’s Ridge, un pequeño pueblo agrícola norteamericano. Willie (Timothy Hutton), un melancólico pianista a punto de casarse, se enamora platónicamente de una inteligente niña de 13 años (Natalie Portman). Tommy (Matt Dillon), ligón y apasionado, pone en peligro su propio matrimonio con la encantadora Sharon (Mira Sorvino) por el amorío con una infeliz y neurótica mujer también casada (Lauren Holly). Otros dos (Michael Rapaport y Max Perlich), brutos y pasmados a la vez, no saben qué hacer para ganarse el corazón de las chicas aún solteras. Éstas (Martha Plimpton, Uma Thurman y Rosie O’Donnel), por su parte, rechazan el infantil miedo al compromiso y la pegajosa obsesión sexual que domina a los chicos, y tampoco saben qué hacer. El único más o menos centrado es Mo (Noah Emmerich), felizmente casado y con dos hijos. Las diversas peripecias de cada uno les harán madurar a todos.
Este complejo laberinto de relaciones está desarrollado con rigor, humanidad y chispeante sentido del humor -aunque con cierta crudeza verbal- por Scott Rosemberg, cuyo soberbio guión fue premiado en el pasado Festival de San Sebastián con el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos. Ted Demme (Whos’s the Man, The Ref) lo traduce en imágenes con sobriedad, personalidad visual, convicción y, sobre todo, con una férrea dirección de actores. Todo el reparto está sensacional, aunque quizá destaque, por su sorprendente capacidad de fascinación, la jovencísima Natalie Portman. A todo esto se añade la bella fotografía de Adam Kimmel y una buena partitura de David A. Stewart, que incluye algunas baladas preciosas.
En fin, una película muy divertida, de gran calidad formal y profunda en sus mensajes. Sin caer en la pedantería, da respuestas certeras -a través de su elogio del matrimonio y del dominio de sí- a las preguntas sin respuesta o mal contestadas de tantas películas recientes, como Trainspotting, Luna sin miel, Los hermanos MacMullen, Ella es única, Belleza robada…
Jerónimo José Martín