Francia, junio de 1940. Los alemanes están a punto de entrar en París. En un hotel de Burdeos coinciden una actriz, un ministro, un escritor y un científico acompañado por su joven colaboradora. Un crimen no resuelto y un objeto ansiado por los nazis condicionarán las relaciones de los fugitivos.
Nacido en Auxerre en 1932, Jean-Paul Rappeneau (Cyrano de Bergerac, El húsar en el tejado), veterano y prestigioso guionista (Zazie en el metro, El hombre de Río), dirige con solvencia, elegancia y minuciosidad su octava película, una amable comedia, divertida y evocadora, con magníficos actores y una hermosa puesta en escena. Los recuerdos infantiles del director se mezclan con una contundente voluntad satírica y revisionista sobre la actitud indolente y lastimosa de buena parte de la clase dirigente francesa ante la invasión nazi, por un lado, y las vanidades engoladas de la gran burguesía parisina, por otro. A pesar de su exquisitez formal, la película incurre en un tono excesivamente ligero que en algún momento parece adentrarse en el territorio del vodevil. Ágil y divertida, es brillante en muchas secuencias, como la apertura en el teatro -que recuerda el espectacular arranque de Cyrano- o el elegantísimo final. Sin embargo, a Bon voyage (se lo desea, en un encuentro fortuito, la actriz al general De Gaulle que marcha a Inglaterra) le falta la sustancia que sí tenía Salvoconducto, el gran fresco histórico de Bertrand Tavernier.
Los veteranos Isabelle Adjani (1955), como la actriz egocéntrica, caprichosa e imprevisible, y Gérard Depardieu (1948), como el ministro seducido y acomodaticio, despliegan su extraordinario talento, arropado por una generación de actores más jóvenes (Ledoyen, Derangère, Attal), bien dirigidos por Rappeneau. Bon voyage es la película seleccionada por Francia para el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa.
Alberto Fijo