Tres amigos. Jubilados. Uno de ellos, Isidro, no se resigna a estar sin trabajo y pelea por encontrar un nuevo empleo, más por tener una ocupación fuera de casa que por dinero. A los tres les piden que se ocupen de nietos. En los tres casos, se percibe que el sentido de familia está presente, pero con unos desequilibrios y desajustes que a todos nos caen cerca.
Santiago Requejo (Plasencia, 1985) se estrena en el largo con un melodrama sonriente que quiere ser sensible y emocionante, sin caer en la sensiblería o el ternurismo bobalicón. Es lo que cualquiera con sentido común y sentido dramático querría. El guion opta por tres protagonistas solidarios, aunque concede el mayor peso –especialmente en la presentación– a Isidro. Y me parece un error, porque es el personaje peor dibujado de la historia, con un actor con frecuencia demasiado intenso. Las tramas de los tres amigos avanzan bien e introducen a cuatro personajes femeninos muy interesantes, interpretados por actrices solventes que aportan mucho a la historia.
Esta película coral se pone a la sombra de las obras maestras de Capra, ese genio capaz de combinar la ternura con punzantes retratos de los defectos de una sociedad cínica e insensible que menosprecia la dignidad del que quiere ser bueno y honesto, aunque eso le acarree ser considerado un ingenuo. Como Capra, Requejo cree en las personas y en los personajes que ha creado, representantes de un millón y medio de españoles de 50 a 60 años que no pudieron seguir trabajando porque el mercado decidió que era más rentable prejubilarlos. En su conjunto, la película funciona y se ve con agrado e interés.