Un criminal roba dinero a la mafia. Perseguido, hace un acuerdo para testificar. El detective Frank Bullit se encargará de su custodia. Estrenado en 1968, este thriller norteamericano tiene una llamativa elegancia y un tempo narrativo muy logrado. Exento de énfasis, el relato del inglés Peter Yates se abona a un desapasionado realismo aprendido en la televisión y en esa corriente estilística del cine británico que hoy conocemos como el Free Cinema, para mostrar en la pantalla grande el mundo del crimen y la manera de actuar de la policía.
En cuanto a las interpretaciones, un excelente Steve McQueen compone un personaje duro, frío y desapasionado, claramente feudatario de la novela negra norteamericana. Le acompaña una elegante Jacqueline Bisset, un contrapunto femenino en un film abrumadoramente masculino. Es el prototipo de policía peliculero, que ha fraguado después de muchos años de cine y de TV: guapo, atlético, individualista, expeditivo, taciturno. La acción está rodada con pericia y hay memorables persecuciones de coches por las calles de San Francisco, una ciudad muy agradecida para rodar películas. Oscar al montaje para una cinta que responde con inteligencia a la competencia de la TV que se hacía sentir en aquellos momentos.
